Valor formativo del ejemplo personal

Ya sabemos que el principal objetivo de las instituciones Santo Tomás es la formación integral de sus estudiantes tanto en lo profesional como en lo personal. Interesante por eso es conocer lo que Tomás de Aquino vivió y nos dejó escrito acerca del valor del ejemplo de uno en ese proceso de formación.

“En lo que concierne a las acciones y a las tendencias humanas, se cree menos en las palabras que en las obras. Por lo cual, si alguien pone en práctica lo que dice ser malo, más mueve con el ejemplo que disuade con la palabra.

Es manifiesto que cada cual elige en definitiva aquello que considera como bueno en concreto, siendo esto lo buscado por sus tendencias y acciones. Por lo tanto, cuando las palabras de alguien disuenan de las obras que en él se manifiestan de una manera visible, tales palabras dejan de ser dignas de crédito, y, en consecuencia, viene a quedar sin valor la verdad en ellas expresada.

Sin embargo, las enseñanzas verbales verdaderas son útiles no sólo para su conocimiento, sino también para orientar una conducta correcta, pues se las cree en tanto que concuerden con las obras; y así, estas enseñanzas mueven, a los que entienden su verdad, a conformar con ellas su modo de vivir.”

Comentario de la Ética a Nicómaco, libro X, lección 1

Esta reflexión supone que no sólo son conocimientos lo que se transmite en la educación, sino también actitudes, valores, respuestas a los diversas interrogantes, etc. Por esta razón nuestras obras y no sólo nuestras palabras tienen impacto sobre los demás. Y normalmente es mayor la influencia de lo que se vive, que de lo que se dice.

Tomás de Aquino nos invita, pues, a vivir tal como nos gustaría que vivieran los que más jóvenes y no tan jóvenes que aprenden de nosotros. Pues el mejor maestro es el ejemplo.

Mª Esther Gómez de Pedro

¿Qué queremos? Reflexión en torno a los medios y los fines.

Profundo conocedor de la naturaleza y de lo más profundo del ser humano, Tomás de Aquino observó que en todo movimiento o acción, se busca algo: un objetivo, una meta, un fin que siempre es querido como bueno porque de alguna manera nos perfecciona. El pájaro que aprende a volar y se lanza de su nido, el girasol que busca la luz del sol a través del movimiento del tallo, el saludo a un conocido, el palpitar del corazón, el tomar cada día el camino en dirección al trabajo… todos son ejemplos de actos o acciones que persiguen conseguir algo.

Cada decisión presupone querer algo por alguna razón. Unas veces lo querremos consciente y otras inconscientemente. Los seres irracionales siempre lo hacen de forma natural o espontánea, como las plantas o los animales. Buscan su fin, su meta siguiendo su instinto o propio desarrollo natural. En nuestro caso, en cambio, al tener inteligencia para conocer y voluntad para querer, podemos realizar actos libres y decidir qué queremos. Podemos perseguir nuestros fines o metas conscientemente y podemos asimismo fijar cuáles son estos fines.

Ya vimos que lo que todos anhelamos es nuestra felicidad. A ella orientamos nuestras decisiones sean éstas pequeñas o grandes, a largo o a corto plazo, con tal de que nos acerquen a ese ideal. Y no podemos renunciar a quererlo. A esta felicidad a la que tendemos es a lo que se denomina “fin último”, aquello que nos mueve por sí mismo pero no por otra cosa que quisiéramos por ella, por eso es último. Habrá cosas que queramos como fines o bienes, pero que no serán últimos porque los orientamos hacia la felicidad, como son el trabajo, el dinero, el éxito… Dice Santo Tomás al respecto: “Si apetecemos las riquezas es en atención a otra cosa, pues por sí mismas no producen bien alguno, sino sólo cuando nos servimos de ellas para sustentación del cuerpo o para cosas semejantes; […] rinden el mayor provecho cuando se las gasta, pues para eso sirven. Según esto, la posesión de las riquezas no puede ser el sumo bien del hombre” (Suma Contra Gentiles, III, cap. 29).

Es importante para nuestra vida y para nuestras elecciones saber distinguir los verdaderos fines de los que sólo son medios para los verdaderos fines, y esto está en nuestra mano hacerlo, pues “el averiguar si lo que se le propone como sumo bien lo es en realidad o no, depende del entendimiento” (Ibid, cap. 26). Es importante no confundir los medios con los verdaderos fines. Ni los fines en general con el verdadero fin último. Lo que le convierte en último es que, una vez poseído, no se desea nada más porque sacia totalmente nuestro deseo de felicidad, en ese sentido nos perfecciona totalmente, y por eso no se busca por otra cosa sino por sí mismo. Sólo el Ser Infinito puede ser, en este sentido, el verdadero fin último. Y la plata, el dinero y los medios materiales en general son importantes porque nos acercan al fin último, pero no pueden ser fines en sí mismos.

Averigüemos, pues, cuáles son nuestros fines para no confundir lo verdadero con lo aparente.

María Esther Gómez de Pedro

Dirección Nacional de Formación General