Tomás de Aquino, 700 años de sabiduría
“Todo el universo, con cada una de sus partes, está ordenado a Dios”
Estamos de celebración, pues el 18 de julio se cumplieron los 700 años de la canonización del inspirador de estas cápsulas y de tantas instituciones que, como la nuestra, toman su nombre. En efecto, Tomás de Aquino, es este santo del siglo XIII que unió en su vida la fe y la razón, y que durante siglos ha sido maestro de teólogos y guía en el pensamiento y en la vida de tantas personas. Aquellos que, como él, buscaron y siguen buscando la verdad más profunda, y el orden racional o inteligible del mundo.
Al declararle santo, la Iglesia le propone como modelo para cuantos quieren tomarse en serio la invitación de Dios a vivir su amistad de manera radical y coherente; de ahí que su vida siga inspirándonos. Pero también su doctrina ha sido propuesta, en numerosas ocasiones, como guía para comprender el orden del universo y de cómo hemos de comportarnos en consecuencia, así como de la huella de Dios presente en él. El Santo Padre Pablo VI dijo que “Santo Tomás llegó a una síntesis grandiosa y armónica del pensamiento de valor verdaderamente universal, en virtud de la cual es maestro también en nuestro tiempo”.
Décadas antes lo había recomendado otro Papa del siglo XX, Pío XI, con estas sugestivas palabras: “Así como en otro tiempo se dijo a los egipcios en extrema escasez de víveres: “Id a José”, a que él proveyese del trigo para alimentarse, así a todos cuantos ahora sienten hambre de la verdad, les decimos: “Id a Tomás”, a pedirle el alimento de sana doctrina, de que él tiene opulencia para la vida eterna de las almas”.
Verdaderamente su doctrina es muy extensa y profunda, por eso me remito aquí a una parte, aunque fundamental: su comprensión del orden universo como huella del Creador desde la que brota su sentido más profundo. En la siguiente cita condensa lo esencial de ese orden que es un reflejo de la bondad divina:
“[…] en el universo cada criatura está ordenada a su propio acto y a su perfección. Las criaturas menos nobles a las más nobles; como las inferiores al hombre. Cada criatura tiende a la perfección del universo. Y todo el universo, con cada una de sus partes, está ordenado a Dios como a su fin en cuanto que, en el universo, y por cierta imitación, está reflejada la bondad divina para la gloria de Dios; si bien las criaturas racionales de un modo especial tienen por fin a Dios, al que pueden alcanzar obrando, conociendo y amando. Queda patente que la bondad divina es el fin de todos los seres corporales” (Suma Teológica, I, q. 65, a. 2, in c).
Aunque no siempre se sea consciente, todo lleva la impronta de aquel que le dio el ser. De ahí que también nosotros tendemos al bien por proceder de Dios; por eso coinciden nuestro origen y nuestro fin. Tal tendencia no es otra que la de su perfección, y lo que vemos que sucede de manera natural en todos los seres -inertes y vivos-, también en las personas, seres inteligentes y libres, existe, aunque deba elegirse libremente y no por instinto. En nuestro caso podemos alcanzarlo de tres maneras: obrando, conociendo y amando.
Respecto al “obrar” podemos optar por Dios o, por el contrario, alejarnos de Él -cada vez que priorizamos otro bien inferior a Él. Para lo primero debemos conocerlo y, en la medida en que profundicemos en ese conocimiento podremos amarle, es decir, darle la prioridad e intentar agradarle en todo. El amor no puede imponerse, sólo puede darse libremente, y, por otro lado, siempre tiende a unirse a la persona amada hasta hacerse una con ella. En el caso del amor a Dios, amarle implica amar todo lo bueno, lo bello, lo verdadero, en tanto que expresa la perfección y la bondad. Por eso, quien ama a Dios, amará a su criatura más querida: a cada hombre y mujer, creada a Su imagen y semejanza. Y este amor, ¿no ordenará, a su vez, todas las relaciones sociales y personales en el verdadero bien, tal como lo vivió Tomás de Aquino, que, al amar primero a Dios, ordenó los demás amores amando especialmente a cada persona y defendiendo la verdad desde la caridad?
El recto orden del universo es un criterio para ordenar todo, y ese orden es lo único capaz de generar la paz, que brota de la justica y que es, como vimos, “la tranquilidad en el orden”, superando envidias y discordias.
Esther Gómez de Pedro
Dirección Nacional de Formación e Identidad