¿Son todos los bienes iguales? Reflexión en torno a los tipos de bienes

Decíamos en la última reflexión, siguiendo la doctrina de Santo Tomás de Aquino, que el fin último al que todos que tendemos es la felicidad. Para conseguirla queremos bienes o fines, como son el trabajo, el dinero o el éxito, pero que no serán últimos sino intermedios porque los orientamos hacia la felicidad. Para seguir profundizando en esto nos ayudará abordar qué es el bien para nuestro santo y si todos los bienes son iguales.

La primera convicción que nos presenta es que el ser humano apetece el bien y porque es bueno lo apetecemos y lo deseamos. “El bien es algo, en cuanto apetecible, y término del movimiento del apetito” (Suma Teológica, Ia, q. 5, a. 6). El mal en sí mismo no es apetecible ni deseable más que cuando se presenta como bueno aun siendo malo. A continuación nos dice qué es el bien atendiendo a la estructura interna del ser vivo.

Debido a su condición de ser vivo, el ser humano posee en sí mismo variados dinamismos que tienden a desplegarse hacia su perfección. El ojo, por ejemplo, se perfecciona cuando logra aquello para lo que ha sido hecho, que es  ver, pero no ver de cualquier manera, sino ver bien. Lo mismo podemos decir del corazón que, aunque ocultamente, está hecho para bombear sangre y dar vida a todo el cuerpo y si tuviera un problema –una arritmia, un coágulo, etc.- no alcanzaría su bien propio, aquello para lo que está hecho. Vemos de esta manera que todo lo vivo en nosotros tiende a un fin específico que es su bien y esto mismo podemos decir del ser humano como unidad: tendemos a un bien como seres humanos. Ese bien es nuestra plenitud como personas e implica que cada una de nuestras facultades y potencialidades logren el fin que les es propio, esto es, su propio bien.

Algunos de estos bienes se consiguen de forma natural o más o menos espontánea. Por ejemplo: no pienso que debo respirar para sobrevivir, sino que simplemente respiro, y lo mismo pasa con la sangre que corre por mis venas. Sin embargo, en otros muchos aspectos, debemos poner en juego nuestra inteligencia para distinguir el bien real más apropiado y elegirlo convenientemente. Esto le da pie a nuestro autor para establecer varias clasificaciones del bien.

Según su apetecibilidad, es decir, según lo que nos atraiga en el bien, distingue tres tipos: el útil, el deleitable y el honesto. Apetecemos el bien útil en cuanto medio o instrumento para conseguir otro bien posterior como el caso de la plata que permite comprar lo necesario para vivir. En la medida que satisface y descansa nuestro deseo, apetecemos el bien deleitable, como puede ser el gozo de ver un trabajo bien realizado o la satisfacción tras una rica comida; mientras que apetecemos el bien honesto en cuanto que es un bien en sí mismo y no por otra cosa, es decir, en cuanto que es un bien perfectible en sí mismo y que nos perfecciona como personas. Lo útil siempre lo queremos para otra cosa y no en sí mismo; y lo mismo se dice de lo deleitable, pues viene como consecuencia o acompañante de otro bien y por eso no se quiere en sí mismo. De hecho, “lo deleitable no tiene más razón de ser apetecido que el placer, aunque a veces sea perjudicial y deshonesto” (Ibid, ad. 2). El criterio para optar por un bien placentero es que, además sea honesto, pues si no lo es, aunque provoque deleite, no debiéramos elegirlo.

Esta distinción ayuda a no confundir unos bienes con otros y a jerarquizar en caso de que varios bienes entren en conflicto -ejemplo de desear a la vez dos cosas: querer estar delgado y comerme un pie de limón-, o en el caso de que se apliquen a bienes o realidades que, por su mismo ser, no se dejan reducir a la utilidad o al placer. Esto sucedería al reducir a una persona a un bien útil o placentero, cuando esta tiene valor en sí misma. ¿Casos en que esto sucede? Por ejemplo, hacer un amigo que “utilizamos” sólo para que nos recomiende ante el jefe y ascender en el trabajo o en el buscamos sólo el placer de pasar un buen rato. La persona es un bien honesto y un fin en sí mismo y por eso no puede ser utilizada como medio para otra cosa ni como bien placentero.

María Esther Gómez de Pedro

Dirección Nacional de Formación General