resilencia

Sin paciencia o resiliencia, ¿lo lograremos?

Hay que asumir cierta dosis de sufrimiento como parte de nuestro camino vital

 

En lo más profundo siempre quisiéramos que todo saliera a pedir de boca, sin complicaciones que lo dificultan y nos hacen sufrir y rabiar. Claro, se nos hace más fácil descender un camino bien liso que ascender una cuesta empinada llena de piedras y desnivelada: lo primero no exige esfuerzo, mientras que lo segundo sí, y puede ser tanto que nos haga tirar la toalla. Y, sin embargo, hay metas a las que sólo se puede llegar subiendo una cuesta empinada llena de obstáculos, a pesar de ser más dificultoso, porque son elevadas. La imagen del camino es la vida misma: hay pasos más costosos que otros pero sin los que no se podrá avanzar, y eso vale para la madurez personal, la vocación profesional y familiar y tantas otras metas a las que aspiramos de manera espontánea debido, justamente, a que somos seres vivos siempre en desarrollo hacia nuestra plenitud o perfección. No es realista, por eso, imaginarse una vida exenta de algún tipo de sufrimiento, crisis o dificultades y que fuera puro disfrute y placer. Realmente no lo es. Por eso hay que asumir el esfuerzo y cierta dosis de sufrimiento como parte necesaria de nuestro camino vital.

 

De ahí que la verdadera educación prepara para ser capaz de afrontar tales sufrimientos, y por lo mismo evita metodologías blandengues que en vez de formar personas firmes y capaces de superar las dificultades les consiente cualquier capricho para no llevarles la contraria haciéndoles sufrir -momentáneamente hasta superar la dificultad. Eso no la convierte en inhumana ni sádica, todo lo contrario, pues se adapta al ritmo y capacidad de cada persona al ayudarla a avanzar, sabiendo exigir el mejor paso en cada momento, incluso si ese paso sea cuesta arriba.

 

Por eso no es de extrañar que Tomás de Aquino entendiera la educación como “Conducir y promover al estado perfecto en cuanto hombre, que es el estado de virtud” (Comentario a las Sentencias IV, dist.26, q.1, a.1). Precisamente la virtud es el instrumento interior que cada uno hemos de conquistar para lograr dos cosas: por un lado, superar la dificultad del camino empinado –que puede surgir del exterior o del interior- y, por otro, facilitarnos avanzar con alegría y rapidez. Es un hábito o disposición estable a obrar de la manera apropiada en cada momento, de ahí que haya gran variedad de virtudes correspondientes a las capacidades humanas que perfeccionan.

 

La que nos ocupa en este punto radica tanto en la voluntad como en nuestro apetito sensible y puede tomar dos formas: la virtud de la fortaleza y la de la paciencia. “La fortaleza implica una firmeza de ánimo para afrontar y rechazar los peligros” (Suma Teológica, II-II, q. 123, a. 2) u obstáculos en general, mientras que la segunda evita dejarse llevar de la tristeza provocada por una dificultad que hay que afrontar por un bien mayor, y así, se considera “paciente al que se comporta dignamente en el sufrimiento de los daños presentes para que no sobrevenga una tristeza desordenada” (ibid, q. 136, a. 4, ad 2). A la unión de fortaleza y paciencia hoy en día muchos la llaman resiliencia, a la que definen como la capacidad de soportar la dificultad y de perseverar en el bien.

 

Ahora bien, estas virtudes no se improvisan: sino que se van adquiriendo a fuerza de repetir actos buenos reiteradamente. Por eso son pacientes y soportan con buen ánimo las dificultades cuantos se han ido acostumbrando a hacerlo así en las pruebas, en las grandes y sobre todo en las pequeñas. Un cambio que nos mueve el piso o un revés laboral, personal o familiar se pueden sobrellevar con paciencia, si se posee tal virtud, o, en caso contrario, sucumbir ante ellos.

 

La exigencia bien entendida, con uno mismo y con las personas cercanas, es, por eso, de especial necesidad para aprender a ascender a elevadas metas y perseverar en el camino, a costa incluso de renunciar al placer inmediato de lo “fácil”. Así lo vivieron santo Tomás de Aquino y Luther King.

 

María Esther Gómez de Pedro

Dirección Nacional de Formación e Identidad