Septiembre, gratitud como actitud
Nos hace bien mirar con profundidad para agradecer y responsabilizarnos
No sólo Chile celebra en septiembre sus fiestas patrias en recuerdo de aquella primera junta de gobierno en que, como pueblo unido y consciente de su identidad, apoyó al entonces rey de España al perder su trono. También otros países rememoran eventos parecidos. Todos comparten sus celebraciones culturales y patriotas que, en ambiente festivo, acercan entre sí a sus habitantes creando un ambiente de especial fraternidad con el deseo de que durara no solo unos días, sino todo del año. Precisamente inserto en ese ambiente festivo, quien lo mira con profundidad descubre, como un genuino tesoro, lo originario de la patria desde sus fundamentos y que, en medio de sus luces y sombras, la sigue conformando. Esa mirada ha de ser capaz de captar algo tan esencial que, como recuerda el Principito, es invisible a los ojos. Chile es una hermosa nación con una vocación no menos especial. Su identidad se conforma en la unión de diversos pueblos y razas en torno a un fin común que le sirve de norte y de criterio de actuación. La belleza de su naturaleza y de su privilegiado enclave geográfico permiten a sus habitantes y visitantes disfrutar con deleite de esta “copia feliz del Edén”. El Creador, según cuenta una bonita leyenda, fue colocando en Chile todas estas maravillas que alberga desde el desierto norteño a los hielos del sur, pasando por las blancas cordilleras y los fecundos valles que nos alimentan. Y a su gente la hizo acogedora, luchadora, sensible y, por qué no, profundamente religiosa.
De ahí, que de la mirada profunda que descubre este tesoro broten dos actitudes importantes. La primera de gratitud al ser consciente de haber recibido un regalo inmenso sin méritos propios, y de haberlo recibido gracias al amor de Dios. Y, en segundo lugar, de responsabilidad para cuidar, embellecer y dirigirlo adecuadamente para cumplir su misión. En efecto, la conciencia de haber recibido gratis, exige la obligación de la gratitud, de devolver algo de lo recibido, como si fuera un trueque desigual o de una “deuda moral”, como lo llama Santo Tomás de Aquino.
De esta virtud de la gratitud afirmaba: que “el mismo orden natural exige que quien recibe un beneficio se sienta movido a expresar su gratitud al bienhechor mediante la recompensa, según su propia condición y la de aquél” (Suma Teológica, II-IIa, q. 106, a. 3, in c). El agradecimiento ha de poder transformarse en afectos y en dones, aunque la recompensa dependerá de acuerdo al deber contraído, los medios disponibles, la utilidad, las condiciones y circunstancias. Por eso la gratitud puede concretarse de muchas formas: desde una sencilla palabra de gratitud, un gesto, un reconocimiento, un regalo material o espiritual, hasta un consejo o una corrección, y, por supuesto, al poner los propios talentos personales a su servicio, al servicio de Chile.
Y si es verdad que recibimos bienes gratuitos de las personas que nos aman, y de la patria que nos acoge, lo es en mayor medida que los recibimos más numerosos y con mayor razón de Dios, que, sin necesidad alguna y por puro amor, nos regaló la vida y nos la mantiene cada segundo, junto con nuestras capacidades y talentos.
De ahí que adquiera especial sentido, pues, el tradicional acto del Te Deum que, más que una enumeración de los desafíos o problemas, es, etimológicamente, una acción de gracias al Dios de la vida por sus dones y por todos los bienes que nos permite experimentar. Nos hace bien, por eso, superar el inmediatismo para recuperar una mirada profunda que rescate lo positivo, no por falsa complacencia, sino como entusiasmo ante el bien y la tarea encomendada, frutos de la consciente gratuidad y responsabilidad.
Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad