Salud mental y vida personal – espiritual, ¿correlacionados?

“La paz es la tranquilidad en el orden” de la vida personal.

 

El punto de partida de la formación que ofrece Santo Tomás de Aquino es fundamental: cada persona es un ser único e irrepetible, con una dignidad que nos hace ser un fin en sí mismo, nunca un medio, y nos confiere una gran responsabilidad de cara a nuestras decisiones en la vida.

Cada persona humana es una “unidad de cuerpo y alma”. Dicho de otra manera, la persona es un ser único en una unidad de dimensiones complementarias, cuya integración es esencial para alcanzar un equilibrio y paz interior, mediadas por la libertad y la propia biografía.

Desde ahí aplicamos el axioma de San Agustín de que “la paz es tranquilidad en el orden”. Orden entendido como lo correspondiente o apropiado al ser propio de cada realidad o de cada dimensión. El desorden, por el contrario, dificulta o imposibilita la paz y estabilidad interior. Por ejemplo, dado que el cuerpo es parte configuradora de nuestra persona, tanto la manera de relacionarnos con el cuerpo como nuestros actos corpóreos, deben ser adecuados y proporcionados a lo que somos como personas. De ahí que el abuso del cuerpo por el trabajo excesivo, la falta de sueño, mala alimentación o costumbres poco sanas, puedan afectar la unidad integral de la persona y su salud.

Tomás de Aquino lo ejemplifica al describir cómo ciertas emociones fuertes pueden afectar el correcto funcionamiento del cuerpo: “cuando el alma imagina alguna cosa y se aficiona a ella con vehemencia, se produce ordinariamente en el cuerpo un cambio en orden a la salud o a la enfermedad, sin que intervengan los principios corporales cuya finalidad es causar la enfermedad o la salud” (Suma contra Gentiles, libro 3, cap. 99).

Su efecto inmediato es la discordia interior, lo que puede llevar a un desorden interno priorizando la satisfacción de la inmediatez sensible. Esto genera conflicto, sentimiento de culpa[1] y arrepentimiento, que puede tener un doble acercamiento: desde la dimensión espiritual religiosa (conciencia moral o sentido último de la vida) o desde la psicológica.

El orden se sitúa entre dos extremos, uno por exceso y otro por defecto. Tal término medio logramos identificarlo gracias al hábito bueno o virtud. En efecto, no es sano ni abusar del cuerpo hasta el agotamiento o enfermedad, ni la dejadez o pereza total, sino algo intermedio que implica cuidar del cuerpo, pero sin idolatrarlo. En este sentido, la prudencia es aquel hábito que perfecciona la inteligencia orientada a la conducta práctica que nos ayuda a identificar la decisión correcta (ordenada) de acuerdo con el criterio de moralidad basado en lo que se ordena a nuestro “ser persona” y tomando en cuenta las circunstancias del momento.

Además, la práctica de las virtudes morales de la fortaleza y la templanza, son una ayuda para el equilibrio personal y la paz. La primera, incluye la paciencia, la perseverancia, la realista aspiración a altos ideales, la constancia y resiliencia o fortaleza moral. La templanza implica el orden y control de afectos y deseos -como la tendencia al placer- para vivirlos según la razón, como la templanza aplicada al comer, beber, el placer sexual, el desfogue de la ira o el control del desánimo, así como desear rectamente los bienes materiales o de otro tipo -como los de la fama o el éxito y el poder.

En relación con las cuestiones más profundas y trascendentes, la paz es fruto de la razón sobrenatural iluminada por la fe. Es verdad que el apoyo requerido frente al desánimo o las “enfermedades del alma”, dependerá de las necesidades individuales, sin embargo, fortalecer la dimensión espiritual puede siempre beneficiar la salud psicosomática y viceversa. Pues somos una unidad que busca integrar en armonía todas sus dimensiones para lograr el equilibrio, paz y, finalmente, la felicidad.

Fecunda es, pues, esta visión integral de la persona arraigada en la concepción de Tomás de Aquino. Es este un manantial a nuestra disposición que nos abre muchas posibilidades y del que nos invita a beber inspirando nuestra vida y nuestra labor educativa, 700 años después de su canonización.

 

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[1] La conciencia moral tiene la misión de juzgar y avisar interiormente a cada persona de la manera en que sus actos responden a los criterios morales, validando si se ajustan y levantando voz de alarma con el remordimiento cuando no es así. Desde esta mirada, el sentimiento de culpa es un aviso práctico de que algo no anda bien y, por lo tanto, abre la oportunidad a arrepentirse, corregirse y mejorar. Así entendido se vive como parte de un proceso sano e interior de ordenamiento, y no como fuente de desajuste psicológico.

 

Dra. Esther Gómez de Pedro
Directora Nacional de Formación e Identidad
Santo Tomás