¿Resiliencia o fortaleza?: respuesta adaptada al desafío actual
No estamos solos: recordarlo nos dará fuerzas para seguir luchando con fortaleza
Dicen que somos animales de costumbres, y es cierto, pero somos flexibles pues sabemos adaptarnos y responder a las circunstancias según corresponda, como al alimentarnos y vestirnos de acuerdo a las necesidades personales o al clima, pues nos abrigamos más en invierno que en verano; o tomamos comidas más calóricas en el invierno y otras más livianas en verano; y seguimos dietas para cuando estamos enfermos. E igual que hacemos con más dimensiones materiales, también lo hacemos con otras internas de nuestra personalidad: que debemos disponer para adecuarlas a exigencias o circunstancias. Como ahora, que estamos en medio de una situación que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos, y que pide una serie de actitudes especiales para responder a sus exigencias sin quedarnos atrás. Sí, me refiero a la “vieja novedad” de la pandemia.
Por eso, si miramos a nuestro alrededor, descubrimos mensajes de pesimismo, quejas, críticas e incertidumbre mezclados con otros de superación, de ánimo, de seguir adelante en medio de la crisis y de las dificultades que acarrea. Efectivamente, en estos tiempos tan complejos resalta la importancia de vivir interiormente lo que se llama “resiliencia”; pues ante desafíos mayores, el esfuerzo también ha de ser mayor para dar una respuesta proporcionada. Esta actitud o competencia, que engloba varias dimensiones, encuentra una traducción en el lenguaje de la ética clásica, la de Santo Tomás de Aquino, y se denomina “hábito perfectivo o virtud moral de la fortaleza”. La virtud no se improvisa, sino que suele ser el resultado de muchos pequeños esfuerzos en el bien realizados día a día que, gracias a esa dinámica, nos van disponiendo para responder cada vez con mayor facilidad y alegría interior de esa manera, en este caso, con fortaleza.
Describe la fortaleza como la doble capacidad de, por un lado, resistir ante las dificultades y peligros y, por otro, de acometer y luchar de forma activa para superarlos afrontándolas con ánimo. En efecto, “implica una firmeza de ánimo para afrontar y rechazar los peligros en los cuales es sumamente difícil mantener la firmeza” (Suma Teológica, II-IIa, q. 124, a. 2). Y de todas las dificultades a afrontar, Santo Tomás señala que la mayor es el peligro de muerte, de ahí la relevancia y actualidad que cobra en estos momentos.
Pero todos sabemos por propia experiencia que no se puede aguantar para superar las dificultades si no hay un amor o entusiasmo por el fin, meta u objetivo a lograr dando lo mejor de nosotros. Por eso, sólo esa mirada de corazón de un alma grande que aspira a lo más elevado, nos permite sacar fuerzas de flaqueza ante la dificultad. A esta disposición se le llama magnanimidad -magna anima-, que, dicho sea de paso, a pesar de que su nombre se nos haga un poco extraño, es una virtud realmente crucial. Sin embargo, la fortaleza se apoya además en otras virtudes, entre las que destacan la paciencia y la perseverancia. La paciencia nos permite responder con paz y tranquilidad de ánimo a esas dificultades, sin rendirnos ni enfadarnos, sino tranquilamente, pues pasarán. Fácil de decir, ¿cierto?, no tanto de vivir. Y junto con la paciencia está, como su hermana gemela, la virtud de la perseverancia, que nos permite continuar haciendo el bien en el tiempo cuando no conseguimos inmediatamente lo que estamos buscando, es decir, cuando no es de hoy para mañana, sino que debemos luchar hoy, y mañana, y pasado y pasado mañana, y quizás más a largo plazo y por eso hay que aguantar en el bien. Sí: todas estas virtudes alimentan y refuerzan los “músculos” interiores que debemos poner en tensión para vivir la fortaleza.
Sí, podemos ejercitarnos en esa respuesta espiritual, y eso es una buena noticia. Para ello no estamos solos, sino que contamos con apoyos y vínculos humanos, y también trascendentes, que, aunque no los veamos, son reales y actúan: Dios nos permite ir más allá de lo humano, superarnos y llegar hasta las cimas más altas. En estos tiempos de Covid, confinamiento, dificultades económicas y de todo tipo, no dejemos que se pierda la esperanza, no estamos solos y eso nos dará fuerzas para seguir luchando con fortaleza: como familia o como comunidad, pequeña o grande, pues no estamos solos.
Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad