Orden y paz, exterior e interior
La paz es producto del orden, y, por su parte, el orden genera paz, pero hay que quererlo con eficacia.
A Santo Tomás de Aquino varios historiadores le han denominado “maestro del orden” y en estos momentos, en que el orden es necesidad prioritaria, por lo que es bueno aprender de él y recibir su orientación para poder ordenar mejor tanto lo exterior como lo interior.
El orden es la adecuada colocación de algo, que implica priorizar lo más importante y a continuación lo siguiente con vistas a lo que se busca o pretende. Hay un orden en la naturaleza, como el sucederse de los días y las noches o de las estaciones, o el del ciclo vital; y otro que nosotros, en la calidad de personas inteligentes, otorgamos a las actividades y a las cosas, como el profesional que ordena su actividad laboral para dar término a las tareas más urgentes sin las cuales no se puede avanzar.
Pues bien, para establecer ese tipo de orden hace falta poder identificar con claridad el criterio ordenador o fin que se persigue y consecuentemente los medios más adecuados para tal fin u objetivo. En ese sentido, para ordenar se necesita la inteligencia práctica, es decir, la capacidad de razonar desde lo prioritario y de aplicarlo a la toma de decisiones; y es justamente la virtud de la prudencia la que permite discernir y escoger rectamente los medios. Esto ayuda a distinguir medios adecuados de los que no lo son, es decir, los que son racionales porque responde a la razón del ser humano que discierne lo que es bueno como personas. De ahí que no todos los medios sean igualmente razonables ni adecuados.
Es conocida la frase atribuida a Maquiavelo de que “el fin justifica los medios” por la que se justifica o valida cualquier tipo de medio con tal de conseguir lo que se busca. Sin embargo, para Tomás de Aquino y los filósofos clásicos, hay que discernir también sobre la moralidad de los medios, pues no cualquiera es válido para conseguir el fin: por ejemplo, aunque sea por un pretendido buen fin, no es legítimo matar a un inocente, ni violentar o coaccionar personas ni vandalizar espacios ni obras públicas ni privadas. En ese sentido, la prudencia nos ayuda a ordenar y discernir, especialmente en momentos de desorden o de caos, sin dejarnos llevar de impresiones o pasiones que pueden cegar y hacen perder la objetividad.
Todos necesitamos de esta virtud, no sólo los gobernantes, pues todos debemos tomar decisiones en algún momento y tenemos cierta autoridad en algún ámbito social o personal. En relación al fin de una sociedad, que es la búsqueda conjunta del bien común, la prudencia ayuda al gobernante a discernir, como condición para todo lo demás, los medios más adecuados para lo más importante y fundamental: que es una convivencia en paz. La paz es fundamental para el orden social, porque sin ella no es posible ninguna relación adecuada en la sociedad. Por eso es la base del bien común y la autoridad que vela por este bien común de la sociedad, debe poder asegurar este mínimo con las medidas adecuadas, siempre razonables y en concordancia con la dignidad de la persona. Y cada uno en su nivel tenemos la responsabilidad de resguardar esa paz, que se construye desde el recto orden, en el que cada cosa está en su sitio, y cada actividad se desempeña de acuerdo a su misión específica. Sólo así puede haber armonía y concordia.
Por eso: “se precisan tres requisitos para que la sociedad viva correctamente. El primero es que la sociedad viva unida por la paz. El segundo es que la sociedad unida por el vínculo de la paz sea dirigida a obrar bien […]. En tercer lugar, se requiere, por la diligencia del dirigente, que haya suficiente cantidad de lo necesario para vivir rectamente” (Suma Teológica, II-II, q.58, a.9, ad 3).
La paz es producto del orden, y, por su parte, el orden genera paz. Pero no se improvisa: hay que quererlo con eficacia, con fortaleza y hasta con valentía.
Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad