No hay Navidad sin amor
“Es propio del amor acercar a los que se aman”
Los deseos de paz y bien, y de amor fraterno que brotan de nuestro corazón en el tiempo de Navidad, que al menos litúrgicamente se extiende del 25 al 1 de enero, encuentra su base en lo que se celebra y que le da su sentido más real y verdadero. El Nacimiento de Jesús no es, ni más ni menos, que la manifestación del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, por quienes toma nuestra naturaleza humana, al hacerlo así, asume todo lo que nos divide y nos salva. Nos redime desde dentro. Esto es así, porque Belén se proyecta hacia el Calvario y a la Resurrección. Sólo el amor puede explicar tal acercamiento y sacrificio por el bien de la persona amada.
El amor es la fuerza y el motor que realmente mueve el universo y a cada uno de nosotros- hacia el bien y la perfección-, mientras que el odio y la indiferencia es la falta de amor que bloquea todo crecimiento positivo. Al examinar la esencia de amor tiene Tomás de Aquino unas bellísimas reflexiones que pueden darnos mucha luz para enmarcar el acontecimiento de la Navidad y la vida misma. Dejémoslo hablar:
“Todo ser quiere y desea a su manera el propio bien, y la naturaleza del amor induce al que ama a querer y desear el bien del amado. Se sigue que el ser amante es respecto del ser amado, lo mismo que constituye una unidad consigo mismo. Por lo tanto, parece […] el amor es una fuerza unificadora. Pero entonces, cuanto más fuerte sea el lazo que constituye la unidad, tanto más debe crecer el amor; por eso amamos más a los nacidos de nuestro mismo seno, o que llevan con nosotros una vida común, y menos a los que nos son simplemente hermanos en la raza humana. Además, cuando el lazo que establece la unidad es más íntimo para el ser amante, el amor es más firme; y es así como los amores de pasión son más ardientes que los de naturaleza o de elección, pero son también menos durables. Ahora bien, lo que une todo a Dios es la bondad divina que imita todas las cosas, en la cual todas las cosas hallan su ejemplar; y esa bondad divina es al mismo tiempo soberanamente grande e íntima, respecto de Dios que es su misma bondad. Por lo tanto, no hay en Dios únicamente amor verdadero, sino también amor soberanamente perfecto y firme. A esto se añade que es propio del amor acercar a los que se aman, pues cuando una semejanza o conveniencia mutua ha dado por resultado la unión de corazones, nace el deseo de una unión más perfecta; es decir, lo que ha comenzado por el afecto, se desea perfeccionar por una unión efectiva. Y es por ello que la amistad se alegra con la mutua presencia, la unión de vidas y el intercambio de conversaciones, como prerrogativas que le corresponden.
Ahora, ¿no atraerá Dios a Sí, de este modo, todas las cosas? Dándoles el ser, comunicándoles las demás perfecciones se las pone así en cuanto ellos posible. Por lo tanto, Dios ama a sí y a todos los demás seres” (Suma contra los gentiles, I, cap. 91)
El que Dios se haya hecho uno de nosotros es, pues, manifestación de un amor infinito que, buscando la unidad con quien ama, le “trajo” a nuestro lado, y ahí prometió estar “todos los días hasta el fin del mundo”. Esas figuritas de nuestros pesebres son, entonces un recordatorio del amor que estamos invitados a imitar: superando odios y egoísmos, indiferencias y desidias: el amor es más fuerte, y lo es porque la iniciativa la toma Quien nunca se cansa de amar.
Esther Gómez
Directora nacional de Formación e Identidad