Misiones y trabajos de invierno: La alegría de la fraternidad en acción

“la razón del amor al prójimo es Dios”

Compartía estos días con un grupo de jóvenes -chilenos y extranjeros- su experiencia de misiones y ayuda social. Y debo decir que desbordaban alegría por todos sus poros, aunque lo manifestaban de distinta manera. Habían recorrido miles de kilómetros hasta llegar a su lugar de misión, donde no había comodidades, sino más bien condiciones austeras. Pero estaban felices y se les notaba. ¿Por qué?

Pareciera que debiera pasar lo contrario, que, al dar nuestro tiempo, energía y trabajo por el bien de otros, supuestamente perdemos algo y nos entristecemos. Sin embargo, es lo contrario, al “perder” algo nuestro, en realidad, ganamos.

Si lo miramos al revés, sucede que el que se encierra en sí mismo, conservando para sí su tiempo, sus mejores energías, su sabiduría o sus logros, en realidad no se perfecciona como persona. En efecto, enclaustrarse en el “pequeño” mundo individual no hace bien, pues se le pudre dentro y no crece. Quien se encierra en sí mismo, tiende a la tristeza. Por eso nos hace bien no sólo compartir sino, sobre todo, darnos a otros, amándolos y buscando su bien saliendo de nosotros mismos. Y como el efecto de tal donación es el logro de un bien, que es recíproco, la consecuencia es el gozo y a la alegría, que brota de manera natural cuando alcanzamos tal bien anhelado.

Si seguimos indagado en la razón profunda para salir de sí y darse a otros, junto al amor, descubrimos otra pista. Estos misioneros logran descubrir en cada persona con la que están a alguien valioso en sí mismo, semejante a ellos: un hermano/a con quien comparten algo profundo que les une y que les permite caminar juntos hacia una meta común.

Eso que comparten es, en primer lugar, su condición de personas humanas con dignidad, por la que nadie debiera ser un extraño, sino un prójimo. ¿Y no es esto la fraternidad, esa conciencia de ser hermanos que nos lleva a tratarnos como tales, es decir, a amarnos unos a otros no sólo de palabras sino con hechos? Sí. Cada vez que llaman a las puertas de las casas, lo hacen con esa conciencia, que crece cuando desde el otro lado se les abre y se aviva al comunicar vivencias, consejos, desahogos, oraciones, etc. Así se supera toda diferencia.

En segundo lugar, además de compartir la naturaleza humana hay algo más profundo: un origen y una meta común que nos trasciende y nos une de una manera muy especial en Dios. Dios nos crea a su imagen y semejanza y quiere que seamos felices con Él en la eternidad. Y ese amor que nos tiene y el que le tenemos, nos une íntimamente con el prójimo: “la razón del amor al prójimo es Dios, pues lo que debemos amar en el prójimo es que exista en Dios. […] Por eso la caridad comprende el amor, no sólo de Dios, sino también el del prójimo” (Suma Teológica, II-IIa, q. 25, a. 1, in c).

Misioneros y misionados aspiran al cielo como meta común, y eso moviliza y une muchísimo. Si comunicarnos con personas queridas en esta vida nos hace felices, ¿cómo será la bienaventuranza del gozo perfecto en Dios compartido con ellas? Este es un inmenso caudal de gozo asequible a los misioneros que aman a Dios y por eso promueven la unión con Dios en los/as demás.

El amor recíproco de donación es la clave de una fraternidad enraizada en Dios y concretada en obras de amor, que nos permite crecer y nos da alegría. Pero, esa fuente de gozo, ¿no está también a nuestro alcance?

 

Esther Gómez

Directora Nacional de Formación e Identidad