Mina de San José: ¿se puede hablar de milagro?

Lo sucedido es digno de admiración y en ese sentido es algo maravilloso que revela la acción del Padre providente que vela por sus criaturas, pero, en rigor, no fue una acción “extraordinaria” de Dios.

La noticia de que la “sonda” había alcanzado al refugio y de que llegaban a la superficie los primeros indicios de vida, transformó la incertidumbre de 17 días de interminables trabajos en una alegría que se convirtió en lágrimas y en una profunda acción de gracias. Las continuas referencias a Dios suscitaron el sentir popular de que “esto es un milagro”. ¿Lo ha sido en realidad? Como siempre en estas líneas buscaremos una respuesta desde la doctrina de Santo Tomás de Aquino.

Recordemos brevemente los hechos: Tras un derrumbe, 33 mineros quedan incomunicados a unos 700 metros de profundidad en la Mina San José. Se desconocía si estaban vivos y si habían alcanzado a resguardarse en el refugio más cercano al derrumbe. Empezó a cundir el desánimo cuando, a la par que pasaba el tiempo, las sondas confirmaban la incorrección de los planos. Y como, dentro de ese contexto en que los medios humanos no daban casi esperanzas, se empezó a oír que “Sólo un milagro” era ya esperable, el clamor popular fue unánime cuando se supo que estaba vivos. “Dios es grande” y “Gracias a Dios” eran los testimonios de sus familiares.

Ahora bien, ¿qué es un milagro? En el lenguaje común se entiende por milagro algo que nos parece excepcional porque “sobrepasa el poder y la previsión de los hombres” (Suma Teológica, Ia, q. 114, a. 4), es decir, porque desconocemos su causa. Pero en estricto rigor sólo aquello que sucede de forma contraria a las leyes de la naturaleza, lo podamos o no conocer, puede considerarse un milagro. Así dice el Maestro de Aquino: “Se admira el vulgo ante el eclipse de sol, y, en cambio, no se admira el astrónomo. Pero milagro viene a equivaler a lleno de admiración, es decir, lo que tiene una causa oculta en absoluto y para todos. Esta causa es Dios. Por lo tanto, se llaman milagros aquellas cosas que son hechas por Dios fuera del orden de las causas conocidas para nosotros”. (Suma Teológica, Ia, q. 105, a. 7). ¿Se ha dado en el hallazgo de los 33 mineros un milagro de este orden? ¿Se ha detectado algún suceso contrario a las leyes de la naturaleza? Así considerado, no. Si el derrumbe, en cambio, hubiera alcanzado a los mineros sepultándolos y ellos hubieran salido sin rasguño alguno del mismo, ese hecho no tendría explicación natural y sería milagroso.

Sin embargo, el sentir popular acierta en algo fundamental y que Santo Tomás considera también: que Dios estaba por detrás de todo lo que sucedió y que, de alguna manera, permitió que se fueran dando todos los acontecimientos para que se llegara a este feliz desenlace. Es decir, que existe una providencia divina sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros. Tal providencia consiste en el ordenamiento que Dios hace, al crear todas las cosas, orientándolas a su fin específico. Por eso, “todas las cosas que obran, sea natural o voluntariamente, llegan como por impulso propio a aquello a que están ordenadas por la sabiduría divina. Por eso se dice que Dios dispone todas las cosas con suavidad”. (Suma Teológica, Ia, q. 103, a. 8). En concreto, Dios manifiesta su providencia manteniendo en el ser a sus criaturas y velando por ellas.

De esta manera, pues, desde la providencia de Dios, hay que ver los hechos que se fueron dando: que los mineros alcanzaran el refugio, que el gobierno y las empresas pusieran todos los medios a su alcance para lograr la mayor eficacia, que el equipo de rescate no se desalentara en su trabajo, que cientos de personas se unieran en oración unánime, que, por fin, la sonda llegara al refugio… y que los mineros estuvieran vivos. Lo que nos maravilla es la fuerza de la vida a la que se aferraron ellos, la preocupación por sus compañeros, la unidad y solidaridad en torno al accidente, la esperanza que dio alas al constante esfuerzo en el rescate. En todo eso se manifestó la grandeza y la providencia de Dios y seguirá haciéndolo. Y por ello es justo dar gracias y seguir orando.

En fin… se cumplen las palabras del Evangelio referidas a la acción providente de Dios: “¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos”. (Mt 10, 28-32)

María Esther Gómez de Pedro
Coordinación Nacional de Formación Personal