En el mes de la patria

«Cuando Dios terminó la creación se dio cuenta que había muchos trozos sueltos. Tenía partes de ríos y valles, de glaciares y desiertos, de montañas y bosques y praderas y colinas. En vez de dejar que estas maravillas se perdieran, Dios las dispuso en el lugar más remoto de la tierra. Así es como se creó Chile». (Anónimo, Mitos y leyendas de Chile).

Muchos han sido los festejos y eventos para celebrar el Bicentenario de la autonomía y del inicio de la independencia de Chile. Y esto, como no podía ser de otra manera, enmarcado dentro de los sucesos que, como patria, nos mueven día a día como el reciente y feliz desenlace del rescate de los mineros. Obviamente, y más allá del “Chi, Chi, Chi…”, todas esas vivencias ponen de relieve un sentido de pertenencia que nos pide a cada uno, como contraparte, cierta correspondencia nacida del sentimiento de responsabilidad: Chile también es “mío”. Con este marco de fondo, puede sernos útil preguntarnos –de la mano del maestro de Aquino- el porqué de esta correspondencia a la patria.

Es evidente que, siempre que recibimos algo, nace la necesidad de devolverlo de alguna manera. Es lo que expresa el refrán que dice: “es de bien nacidos, el ser agradecidos”. Y así, cuanto mayor es el don recibido, mayor será la deuda. Esta es la base de la virtud de la justicia que, como ya vimos, consiste en la disposición constante y alegre de dar a cada uno lo suyo, lo que le es debido. Intuimos ya que su alcance es mucho mayor que la mera justicia legal y que abarca muchos ámbitos, pues, incluso sin pedirlo, hemos recibido el ser, la vida, la educación, una cultura, etc. Por eso, a cada bien recibido, le corresponde una virtud con la que “dar lo debido”: A Dios, a nuestros padres, a la sociedad y patria, etc.

Dice Santo Tomás: “Después de Dios, los padres y la patria son también principios de nuestro ser y gobierno, pues de ellos y en ella hemos nacido y nos hemos criado. Por lo tanto, después de Dios, a los padres y la patria es a quien más debemos” (Suma Teológica, II-.IIa, q. 101, a. 1). De los padres recibimos la vida, la crianza, la educación, y de la patria, que en su etimología significa “tierra de los padres”, recibimos un hábitat, una cultura, una tradición, una herencia que uno está llamado a transmitir y que, queramos o no, influye en nuestra personalidad. En este caso, nuestra respuesta afectiva y efectiva al don serán el honor y reverencia propios de la virtud de la piedad.

Centrados ya en la patria, este amor –o patriotismo- debe brotar naturalmente en sus miembros y plasmarse en actos reales. Estos se concretarán, sobre todo, en reverenciarla y servirla –aportando las cualidades y bienes de cada uno para contribuir al bien común. A ese servicio como búsqueda del bien común, y no del enriquecimiento personal, responde las múltiples profesiones que desempeñamos en la sociedad. Una de ellas, de especial relevancia, es la del gobernante al que se pide “considerar que ha sido puesto en el cargo para ejercer la justicia en nombre de Dios; y, por otra, suavidad de mansedumbre y clemencia al considerar a los hombres, que están bajo su gobierno, como propios miembros suyos” (De los príncipes, I, 13). Estas cualidades debe ponerlas al servicio de la búsqueda del bien común, cuya primera exigencia es la paz, interna y externa, para la cual, segunda exigencia, ha de buscarse con ahínco la verdadera justicia. Por otro lado, a todos nos toca facilitar la labor del buen gobernante respetándoles y observando sus disposiciones, siempre que, obviamente, estén dictadas según el bien común y no el bien particular.

Así, aparece con claridad que el amor a Chile debe traducirse en obras concretas que broten de todos sus miembros. A esto nos mueven las palabras de San Alberto Hurtado al afirmar con calor que «El patriotismo no ha de ser belicoso con otros países. La nación, más que por sus fronteras, se define por la misión que tiene que cumplir. Querer que la patria crezca no significa tanto un aumento de sus fronteras cuanto la realización de su misión.» (Humanismo Social, 1947). Colaborar, pues, en la misión de Chile será la manera de amar la patria.

 

María Esther Gómez de Pedro
Coordinación Nacional de Formación Personal