¿Por qué el mal? ¿Qué lo origina?

Después de los dramáticos acontecimientos que han asolado gran parte de Chile surge espontáneamente la pregunta acerca del porqué del terremoto. También Santo Tomás se preguntó por la causa del mal; por eso exponemos aquí su respuesta, como filósofo y como teólogo.

Lo primero que Santo Tomás pone de manifiesto es que el mal se opone al bien, y como el bien es algo propio de todo ser que existe –pues siempre es mejor ser que no ser y cada ser tiene la tendencia a permanecer en su ser y a desarrollarse-, parece que el mal es algo que se aleja del bien y, por tanto, del ser. Lo segundo evidente es que el mal se da siempre en algo que es, que existe, y en tanto que existe, tiene su “dosis de bondad”, como veíamos. El mal, entonces, se da en un bien, y no él solo de forma absoluta, ya que se apoya en algo bueno. Tal sucede con la ceguera, que afecta a unos ojos que fallan en su visión. Esos ojos, que son buenos en sí, cuando se ven privados de la capacidad de ver que les es propia, están aquejados del mal de la ceguera. Así es como el mal se define como la privación de un bien debido.

Apliquemos ahora estas nociones al tema que nos ocupa. El movimiento de las placas de la Tierra pareciera ser, como tantos otros fenómenos, parte de la naturaleza misma de la Tierra, y por tanto, parte de su orden. Pero al moverse provoca, indirectamente, movimientos en otros seres. ¿Es en sí mismo esto un mal? No. Se convierte en un mal cuando, en sus efectos, priva violentamente a otros seres de sus bienes debidos, entre los que se encuentra el más radical, la vida. Además, como la privación del bien debido genera un vacío, dolor, sufrimiento o tristeza, tanto mayor será ésta cuando el bien del que se prive sea mayor. El epicentro en el mar genera un tsunami que arrasa kilómetros de la costa, donde grupos de personas tienen sus viviendas, y, el efecto indirecto es que ellos pierden sus viviendas y, en muchos casos, hasta la vida. Se sufre un mal pero como efecto indirecto.

La pregunta ahora es: ¿se podría haber evitado el desastre provocado por el terremoto? ¿Por qué algunos se salvaron y otros no? Creo que la respuesta debe venir de la mano de nuestra inteligencia y voluntad, capacidades que nos dan una ventaja sobre los otros seres. Con estas facultades podemos, y de hecho así ha sido por siglos, conocer el mundo físico que nos rodea poder prever, en la medida de lo posible, su comportamiento y así prepararnos. De esta manera es posible, con la libertad, elevarse de alguna manera por encima de los efectos de los fenómenos de la naturaleza.

Y aún así, Santo Tomás aún señala algo interesante: a veces sufrir un “cierto mal” puede tener consecuencias positivas, siempre que nos haga valorar el bien perdido y nos mueva a poner de nuestra parte para huir o evitar lo que nos priva de ese bien. O, como en el caso de la redención salvadora de Jesucristo, cuando del mal de la pasión y muerte en cruz asumido por amor y en obediencia, se nos alcanza a recuperar el infinito bien que por el pecado habíamos perdido: la amistad con Dios, la vida de hijos de Dios.

La pérdida de los bienes genera un mal de pena o tristeza, pero nunca ese mal será absoluto, por lo que, a pesar incluso de su dificultad, puede buscarse la manera de subsanar la misma pérdida o evitar lo que la causó.

 

María Esther Gómez de Pedro

Coordinación Nacional de Formación Personal