Libres para la verdad

Somos libres, sí, pero ¿para qué? ¿Para hacer lo que nos venga en gana o hay algo más? Esto nos lleva a cuestionar el sentido de nuestra libertad y para ello preguntemos al maestro Tomás de Aquino.

Precisamente por ser un acto de la naturaleza personal, concibe el acto libre dentro del esquema de la tendencia de cada ser natural a un fin específico. El fin de la persona humana es, de forma absoluta y perfecta, la consecución del Bien Supremo, Dios. Para ello debe predisponerse con una vida activa que, a través de las virtudes morales e intelectuales, perfeccione cada una de las “herramientas” dadas por la naturaleza para ello. Tales herramientas, que son las facultades, logran su plenitud en la medida que consiguen su objeto propio, cosa que sucede por medio de su operación específica realizada con la máxima perfección. Se puede ver y ver; así, no es lo mismo ver una mancha de luz que discriminar que lo que se acerca por la calle es un auto a gran velocidad. La capacidad visual se actualiza máximamente en el segundo caso. Lo mismo pasa, entonces, con las facultades espirituales: voluntad y entendimiento.

Pues bien, si nos abocamos a los actos propiamente humanos, que son los que “proceden de una voluntad deliberada” (Suma Teológica, I-IIa, q. 1, in c) la libertad es para Santo Tomás esa “propiedad –o facultad- de la voluntad y la razón” (Ia, q. 19, a. 10, ob 2) por la que elegimos un bien racional. La elección de un bien frente a otros posibles –siendo que no nos encontramos determinados necesariamente hacia ninguno de ellos en tanto que se nos presentan como medios o bienes parciales para el fin último, en cuyo caso sí tendemos necesariamente-, es lo central del libre albedrío. Tal decisión presupone tanto el entendimiento, al brindar un conocimiento de la realidad, como la voluntad, al querer el bien presentado como tal por la razón.

Y en cada una de estas operaciones, hay que presuponer, de nuevo, que la razón conoce –o puede conocer- de forma verdadera la realidad –adecuándose a ellas- y que la voluntad tiende, de forma natural al bien y que por eso todo lo que querremos en tanto que se nos presenta como algo bueno. El hecho, sin embargo, de que elijamos algo como bueno, no implica que efectivamente y en sí mismo lo sea –debido quizás a un juicio errado. Por eso no cualquier acto libre perfecciona la libertad sino sólo el que elige un verdadero bien –lo cual implica conocer la verdad y adecuar la tendencia racional de la voluntad a la misma en tanto que bien real y no sólo aparente. Así, de la afirmación de que “La libertad respecto del bien es más libertad que la libertad respecto del mal” (In II Senten, d. 25, a.5, ex. 150) se puede lógica concluir que “querer el mal ni es libertad ni parte de la libertad, aunque sea un cierto signo de la libertad” (De veritate, q. 22, a. 6, c).

Sólo elegir lo bueno perfecciona nuestra libertad y a nosotros como personas, de ahí que sólo una libertad ejercida de acuerdo con nuestra verdad personal y no a la arbitrariedad o capricho del momento, nos libere realmente. Como dijo Ratzinger, “para no conducir al engaño ni a la autodestrucción, la libertad debe estar orientada por la verdad, es decir, por lo que realmente somos y debe corresponder con nuestro ser. Puesto que la esencia del hombre consiste en ser a partir de; ser con y ser para, la libertad humana sólo puede existir en la comunión ordenada de las libertades” (Verdad y libertad).

 

Esther Gómez

Centro de Estudios Tomistas