Lecciones de un moderno “padre de la patria”, maestro de fraternidad y solidaridad

… descubrir en cada persona a un hermano/a con quien caminar juntos a la meta

Siempre podemos aprender y dejarnos remover por personas que se la jugaron por Chile.

Fue un gran conocedor del Chile de su tiempo y, sobre todo, de su gente. Lo puso de manifiesto no sólo en los brillantes libros y reflexiones que escribió, sino sobre todo en sus gestos, continuos, constantes y llenos de humanidad, en que se acercaba a cada persona para hacerse cargo de su miseria, fuera material o espiritual, de ahí su apuesta por la educación. No se contentó con hablar de justicia y de solidaridad, sino que las vivió, y lo hizo de una manera tan alegre y atractiva que atrajo a cientos de personas que le imitaron dando lo mejor de sí. Y su acción, gota a gota, transformó su patria y su tiempo, y puede seguir haciéndolo hoy, si nos dejamos mover por su ejemplo.

Sí, este moderno padre de la patria, Alberto Hurtado, más tarde San Alberto Hurtado, revolucionó el Chile de mitad del siglo XX porque creía en el amor verdadero. La entrega y la caridad que desde niño aprendió de su madre, Ana Cruchaga, le permitió palpar en carne propia el inmenso amor de Dios por él. Y al saberse amado tan profundamente, se sentía urgido a llevar ese amor a quienes le rodeaban, es decir, a los prójimos o cercanos, en quienes aprendió a descubrir no sólo a hermanos suyos de humanidad y de fe, sino más aún, aprendió a ver en ellos al mismo Cristo, según dijo Jesús: “lo que hagan a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hacen”. Gran lección de fraternidad. Así la entendió Santo Tomás de Aquino, gran maestro e inspirador de obras educativas: “por naturaleza el ser humano es amigo del ser humano” (Suma contra Gentiles, Libro IV, capítulo 54), porque compartimos un origen y un destino común que nos une y nos lleva a caminar juntos.

Niño, joven, seminarista, sacerdote, formador, movilizador de jóvenes en pro del bien de su patria, fundador del Hogar de Cristo y de la Asociación Sindical Chilena; en todas estas etapas y dimensiones, ardió en el corazón de Alberto ese amor en pro del bien y para remediar el mal, curando, ayudando, dando esperanza, invitando a otros a hacer el bien. Para ello arrostró cansancios, dificultades, cruces, incomprensiones, pues sabía que el sacrificio es la mayor prueba del amor, a pesar de lo cual, siempre estaba “contento, Señor, contento”. Ese fuego que ardía en su corazón lo concretaba en su gran criterio de discernimiento moral y de acción: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”.

¿Su fe? Así la entendía: “El cristianismo no es sólo ley de santidad, sino también de salud espiritual y mental… No es un conjunto de prohibiciones, sino una gran afirmación: Amar. …La mejor manera de llenar la vida: llenarla de amor, y al hacerlo así no estamos sino cumpliendo el precepto del Maestro: que os améis unos a otros” (Conferencia ¿Cómo llenar mi vida?, 1946). Sin dicotomías vivía el amor a Dios y a Su obra maestra: el ser humano. Por eso su vida fue “un disparo a la eternidad”, sembrando el bien a su paso por la tierra, porque la eternidad se labra ya en esta vida. El cielo es solidario.

San Alberto nos sigue enseñando hoy una lección de fraternidad y solidaridad muy aterrizada porque supo mirar al cielo y vivir desde ahí su amor y esperanza. Su lección es actual hoy, de ahí la invitación a plantearnos: ¿Qué harías en su lugar?. Ese es nuestro Tema Sello 2022, con grandes desafíos como Santo Tomás y como país (info aquí).

 

Esther Gómez

Directora Nacional de Formación e Identidad, UST