La verdad de las cosas o si todo es relativo
Es difícil, pero no olvidemos que podemos conocer la verdad. A partir de ese conocimiento, debemos extraer las conclusiones y consecuencias adecuadas para la vida práctica, es decir, si es bueno o malo, si es lícito o no, y actuar en consecuencia. Porque solamente la verdad “nos hará libres” (Jn. 8, 32)
La reciente discusión sobre el “aborto terapéutico” ha puesto en evidencia una gran diversidad en el modo de abordar el problema y en las posturas para resolverlo. Parecería que para unos las cosas son de una manera, para otros son de otra; para otros, en fin, la cuestión es absolutamente indiferente. Tampoco faltan quienes, resignados, afirman que la sociedad consiste precisamente en aprender a convivir con esta diversidad de opiniones incompatibles. ¿A qué se debe esto? ¿Es que las cosas varían y “cada uno tiene su verdad”? ¿O lo que varían son nuestras interpretaciones y juicios de una misma realidad? Y, en cualquier caso, ¿qué actitud hay que tomar?
Ante un tema como este, siempre es una buena opción preguntarle a personas sabias y prudentes para recibir una orientación que guíe el actuar, practicando así la virtud del consejo, que forma parte de la prudencia. La doctrina de Santo Tomás de Aquino, nuestro patrón e inspirador, puede ser esa fuente de sabiduría que nos oriente.
Nos sale al paso, en primer lugar, uno de los principios tomistas más básicos: el del realismo. La realidad existe, no es invento de nadie, ni siquiera de los que la perciben distintamente. Fundamento de este principio tomista es el deseo natural y común a todos los hombres de conocer esa realidad por medio de la inteligencia. Ese deseo no se satisface con apariencias o prejuicios más o menos difundidos: queremos conocer las cosas tal cual son. Preguntamos para obtener respuestas y discutimos con otros porque creemos tener razón.
Esta aspiración tan cotidiana nos hace inevitable abordar al gran tema de la verdad, de la posibilidad de conocerla y de sus detractores, tan difundidos hoy por hoy en todos los ámbitos de la vida. Quizás los dos principales son relativismo y el escepticismo. Partamos por ellos.
Según el primero, todo depende de las circunstancias, siempre relativas a personas, culturas o situaciones concretas, y por lo tanto no puede afirmarse la existencia de algo verdadero en sí mismo y para todos. Según esta posición, incluso si se admitiera la existencia de una realidad única, su conocimiento dependería de cada persona, por lo que tampoco se podría hablar de una verdad universal, sino sólo relativa al sujeto, es decir, subjetiva. Si no hay verdad, tampoco habrá bien y mal objetivos, y entonces se podrá justificar cualquier acción o actitud. Santo Tomás responde a esta tesis con su habitual claridad y concisión: “lo conocido está en quien lo conoce según el modo de quien lo conoce” (Suma Teológica, I, q.14, a1, ad 3, y otros muchos textos). Según este principio, es innegable que cada uno conoce la realidad desde su propia perspectiva y desde su propia experiencia; pero la realidad que todos conocemos es siempre la misma. Si hay diferencias en las perspectivas es precisamente porque hay acuerdo en que las cosas son de algún modo y no de otro; por eso discutimos. Si cada uno tuviera su propia verdad, ¿qué sentido tendría confrontarlas, si todas valen lo mismo? ¿Para qué pensar y estudiar si todas las opiniones son equivalentes? La experiencia nos muestra que discutimos desde distintas experiencias para conocer una única verdad.
El escepticismo, por su parte, niega o, al menos duda, de la misma posibilidad de conocer la realidad. Esta tesis tiene la ventaja de que logra disfrazar la pereza intelectual con los ropajes de la seriedad y el rigor científicos. Así, por ejemplo, cuando algunos escépticos afirman que “sólo los fanáticos dicen conocer la verdad”, lo que en realidad están diciendo es “prefiero evitarme el esfuerzo de buscar la verdad y la responsabilidad de actuar según ella”. Tomás de Aquino es el primero en reconocer que es muy difícil conocer completamente incluso las cosas más ínfimas: “las esencias del las cosas nos son desconocidas” (De Veritate, q. 10, a.1). Y sin embargo, aunque sea de modo parcial e imperfecto, conocer significa conocer la verdad. Expliquemos esto.
Santo Tomás afirma una prioridad del ser frente al conocer. Conocer algo no le añade nada al ser de esa cosa, porque las cosas ya existen independientemente de que yo las conozca. El conocer significa simplemente que esta cosa externa se hace presente a mi inteligencia. Y así, afirma que “el entendimiento toma de las cosas la ciencia” (De veritate, q. 1, a. 2, ad. 4). En esto consiste la verdad: “la conformidad o adecuación de la cosa y del entendimiento”. Por eso, “el conocimiento es un cierto efecto de la verdad” (Ibid, q. 1, a. 1 c).
La existencia de la realidad – que tiene su causa en Dios – es lo que hace posible alcanzar la verdad. Las cosas son lo que son porque Dios, en su infinita sabiduría, las piensa y decide que existan. Esto significa que la realidad es razonable y que puede ser entendida también por el hombre. Que no podamos conocerlas por completo no significa que no las conozcamos en absoluto. Y conocerlas es saber lo que son, o sea conocer su verdad.
Por eso, siguiendo estas pistas de Santo Tomás y volviendo a nuestro tema, es posible y urgente centrar el debate en la verdad del ser humano desde su concepción, y sólo desde allí determinar en qué consista el aborto provocado. Es difícil, pero no olvidemos que podemos conocer la verdad. A partir de ese conocimiento, debemos extraer las conclusiones y consecuencias adecuadas para la vida práctica, es decir, si es bueno o malo, si es lícito o no, y actuar en consecuencia. Porque solamente la verdad “nos hará libres” (Jn. 8, 32)
Esther Gómez / Gonzalo Letelier
Centro de Estudios Tomistas