La paciencia de fin de año

“[…] el paciente se comporta dignamente en el sufrimiento de los daños presentes”

 

Los días son más largos ahora en el hemisferio sur, o, al menos, tenemos más horas de claridad. Eso nos lleva a esperar que nos cunda más el tiempo y se generan ciertas expectativas en ese sentido. Por otro lado, el calendario avanza y se acercan los cierres de varios tipos: contables, académicos, laborales, etc. Y eso también genera otro tipo de expectativas. Si no, que se lo digan a los estudiantes y a los profesores. De hecho, dicho sea de paso, ya se inició un nuevo año litúrgico que estamos aún estrenando en este tiempo de Adviento.

Lo que claramente se desprende de lo anterior es que el paso del tiempo a ese ritmo y a estas alturas del año podrían chocar con esas expectativas creadas y provocar agobios más o menos manejables, si es que no lo vivimos con una actitud que parece altamente necesaria: la paciencia. Creo coincidirán conmigo. Al menos algunos de mis estudiantes así lo han señalado al decir que la virtud de la paciencia se ha hecho de extrema necesidad en el tiempo de pandemia y TICs, precisamente para sobrellevar con serenidad la incertidumbre y las dificultades que ha conllevado.

Lo que no se debe olvidar es que la paciencia no es algo que aparece por arte de magia o que baste con concienciarnos de que la necesitamos para ser realmente pacientes. Es verdad que darse cuenta ya es un primer paso, e importante, pero hay que dar más. ¿Cómo? Disponiéndose a ejercitarse poco a poco hasta adquirir el hábito y lograr ser pacientes con cierta facilidad y alegría, es decir, que sea parte de nuestra personalidad. Se puede conseguir a fuerza de repetir con perseverancia actos pacientes, quizás al principio imperfectos o con poco dominio propio, pero a medida que los realizamos, nos predisponemos con más facilidad a realizar el siguiente hasta que se hace como parte de nosotros. Pero en algún momento hay que empezar. Y que nadie tire la toalla si no le sale a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Algunos hablan de 21 veces. No sé si es así, pero cuanto más nos ejercitemos, más “músculo” espiritual vamos logrando.

La paciencia la describe Tomás de Aquino como la tranquilidad del ánimo para soportar los males sin abandonarse a la tristeza que generan o, con otras palabras, tolerar las dificultades de tal modo que las sobrellevemos con paz interior. Por eso se llama “paciente no al que huye, sino al que se comporta dignamente en el sufrimiento de los daños presentes para que no sobrevenga una tristeza desordenada” (Suma Teológica, II-II, q. 136, a. 4, ad. 2). Esto implica una fortaleza interior para aguantar sin abandonar a pesar de todo, pero aguantar con cierta deportividad -sin quejarse a cada rato y sin hacerse la víctima. Pues de aguantar a aguantar, hay diferencia, sin embargo sólo cuando se hace con paciencia se hace llevadero, no sólo para uno sino para los que le rodean. De ahí que esta virtud forme parte de la fortaleza -una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la justicia, prudencia y templanza, que nos embellecen como personas.

Para cerrar la idea del inicio: afrontar el cierre del año armado de esta virtud de la paciencia, marcará realmente la diferencia. Nos permitirá tener la cabeza sobre los hombros (y no claudicar ante la desesperación o el agobio), seguir adelante con lo que hayamos emprendido sin abandonar a medio camino, no perder la alegría y la serenidad interior y, además, generar un buen ambiente a nuestro alrededor, tan necesario en estos tiempos en que la salud mental aparece como el gran inquisidor que pasa la cuenta a casi todos. Son todos beneficios.

Todo esfuerzo para conquistar la paciencia es ya un éxito. Todos lo agradecerán, especialmente nosotros mismos. Y, para los creyentes, nos lo confirma incluso el Evangelio: “por la paciencia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 19).

 

Esther Gómez

Dirección Nacional de Formación e Identidad, UST