La mirada de Francisco de Asís: el hermano de todos

Su mirada supo descubrir en todas las criaturas la huella del Padre Dios, los miró como hermanos

Hay personas que dejan una huella imborrable en la historia de la humanidad y sólo al nombrarlas se nos esboza, sin querer, una sonrisa en los labios. Una de ellas es Francisco de Asís, personaje de nuestro Tema Sello 2017, cuya fiesta se celebra próximamente, el 4 de octubre (día de su natalicio para el cielo). En efecto, es conocido por su gran amor a la creación que le rodeaba: toda la naturaleza y cuantos la habitan: personas y animales, grandes y pequeños. Su amor fue grande, muy grande, tanto que desbordaba y lo entregaba a manos llenas hasta el día de hoy, incluso a nosotros, como modelo de amor y respeto a nuestra casa común, hogar y misión.

Francisco era de naturaleza soñadora y extremadamente sensible y aspiró a grandes metas. Siempre fue así, y en Asís este joven trovador, que vivió a caballo entre los siglos XII y XIII, era el rey de las fiestas por su alegría vital. Sin embargo sus anhelos de éxito y honores no se cumplieron como esperaba: sufrió una derrota militar que le hizo experimentar durante meses la frialdad y miseria de una cárcel enemiga, y hubo de regresar enfermo a su casa, después de haber alardeado de sus futuras hazañas a favor de la Cruzada en Tierra Santa. Durante su lenta recuperación empezaron a cambiar sus aspiraciones mundanas por otras más profundas: al ver claramente que los reyes o señores humanos eran, en definitiva, siervos del único gran Rey, Cristo, y que era a Él a quien él debía servir e imitar. Su mirada empezó a buscar la presencia amada de Dios en todas sus criaturas, pues Él les había regalado la vida y el ser y Francisco se sabía agradecido por todo ello. Pero le costó, porque no siempre es fácil reconocer su huella y su presencia, sobre todo entre los más despreciados de la sociedad de su época: los leprosos. Mucho hubo de rezar mirando al crucificado para logar la fuerza de acercarse a un leproso por primera vez e intercambiar sus vestidos, pero la alegría que sintió al hacerlo fue indescriptible. En cambio, la sociedad de Asís sintió horror y su mismo padre renegó de él. Ese fue uno de los grandes momentos de la vida de Francisco: libre de lo material (representado en las riquezas que su padre acumulaba) y del vano honor del mundo, se sentía arropado entre los brazos del Padre Dios, y disponible para hacer el bien a toda la creación. Se sabía hermano de todos porque nada se le interponía entre él y los demás.

Estas vivencias cambiaron la vida de Francisco: su mirada fue capaz de acoger a todos con los ojos del Padre Dios, por eso no hacía diferencias, acogía a cada uno sin juzgarles, era amable con ellos –respetando a cada uno. Su desapego de los bienes materiales le daba libertad y alegría interior, además del amor que suscitaba en él cada regalo que Dios le entregaba en Su creación. Claro, por eso se fue creando de forma natural una hermandad con cuantos le rodeaban. Cada vez más compañeros se le unían en la forma de vida que llevaba, sencilla y pobre, pero muy feliz a imitación de su gran Rey, sin olvidar a Clara de Asís, que tan bien plasmó el ideal franciscano con rostro femenino. Además de su relación especial con los animales, que la describe así un biógrafo:

“Las bestias que hacían daño a otros corrían a su encuentro, y en su presencia hallaban solaz para sus tribulaciones […]. A menudo liberaba corderos y ovejas por la compasión que le despertaban por la sencillez de su naturaleza […]. Recoge los gusanillos del camino para que no los pisoteen […]. De ahí que todas las criaturas se esmeran en corresponder con amor al amor del santo y –como se merece- con muestras de agradecimiento. Cuando las acaricia, le sonríen; cuando les pide algo, acceden; obedecen cuando les manda. […] Llama hermanos a todos los animales, si bien ama particularmente, entre todos, a los mansos” (2 Celano, 166).

Se sintió movido a predicar de vida y palabra ese gran amor de Dios, igual que la vocación universal de cada criatura a alabar a Dios. Santo Tomás de Aquino, que vivió unos años después de San Francisco, coincide al afirmar: “Cada criatura tiende a la perfección del universo. Y todo el universo, con cada una de sus partes, está ordenado a Dios como a su fin en cuanto que en el universo (…) está reflejada la bondad divina para la gloria de Dios” (Suma Teológica, Ia, q. 65, a. 2).

Así fue Francisco: vivió el verdadero Amor y lo supo dar a manos llenas: acogiendo a Dios en cada criatura Suya.

Esther Gómez de Pedro

Directora Nacional de Formación e Identidad