La mayor muestra de amor
“Del hecho de la Encarnación podemos deducir algunas consecuencias para nuestra edificación.
En primer lugar, se robustece nuestra fe. Si alguien contase cosas relativas a una tierra lejana donde nunca hubiera estado, no merecería tanto crédito como si hubiera estado allí. Los hombres no creyeron a los profetas como a Cristo que había estado junto a Dios, más aún, que era una misma cosa con Él. Por tanto, bien segura es nuestra fe, puesto que Cristo mismo no la legó. «A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo lo ha contado» (Jn 1, 18). De aquí procede el que muchos secretos de la fe, que antes estuvieron velados, tras la venida de Cristo han quedado claros para nosotros.
En segundo lugar, estas verdades aumentan nuestra esperanza. Es evidente que el Hijo de Dios no vino a nosotros, tomando nuestra carne, por una fruslería, sino para gran utilidad nuestra: realizó una especie de intercambio, es decir, tomó cuerpo y alma, y se dignó nacer de la Virgen, para prodigarnos a nosotros su divinidad; se hizo hombre para hacer al hombre Dios…
En tercer lugar, se acrecienta la caridad. En efecto, ninguna prueba hay tan patente de la caridad divina como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre. «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16). Consiguientemente, ante la consideración de esto ha de acrecentarse e inflamarse nuestro amor a Dios.
En cuarto lugar, estas verdades nos impulsan a conservar pura nuestra alma. La naturaleza humana fue tan ennoblecida y sublimada por su unión con Dios, que quedó vinculada a la suerte de una Persona divina. Y así el hombre, considerando y recordando esta sublimación, debe rehusar envilecerse a sí mismo y su naturaleza por el pecado…
En quinto lugar, enciende en nosotros el deseo de encontrarnos con Cristo. Si uno tuviera un hermano rey, y se hallara lejos de él, desearía marchar, encontrarse y vivir con él. Siendo Cristo hermano nuestro, debemos desear estar con Él, reunirnos con Él”.
(Exposición del Credo, artículo 3)
Conocer y saborear internamente que Dios se haya hecho hombre fortalece y anima la fe, esperanza y amor en nosotros y en nuestro testimonio de vida, además de impulsarnos a vivir en el bien y la verdad y a desear el encuentro con Él –de forma velada pero real en esta vida y perfecta en la otra.