La felicidad y el legítimo amor a sí mismo

En reflexiones anteriores se ha venido tratando el tema de la felicidad, cuestión compleja que requiere de una serie de precisiones. Sin embargo, encontramos algunas evidencias que, sin necesidad de grandes esfuerzos especulativos, arrojan luces notables sobre el contenido de la vida feliz.

Es irrefutable que un hombre que vive en constante conflicto interno no puede llamarse feliz; de ahí que la felicidad se relacione comúnmente con la paz interior, entendiendo ésta no sólo como un mero sentimiento, sino más bien como consecuencia de un modo de vivir que Santo Tomás denomina, citando a San Agustín, tranquilidad del orden (Suma Teológica, II–II, q.29, a.2). Y ya que la felicidad es aquello que todos los hombres buscan (ibid., I-II, q.1, a.8), y por lo tanto lo que todos aman, esta tranquilidad en el orden debe hacer referencia a un orden en el amor[1].

Dentro de los amores humanos encontramos el amor a uno mismo que, lejos de ser algo negativo, es absolutamente fundamental en una vida realizada (ibid., II-II, q.26, a.4). Pero el hombre también puede amarse mal; ya sea subestimándose y desconociendo su valor como persona; ya sea exaltándose y arrogándose dignidades que en realidad no le corresponden. Quien se encuentra en este último caso busca crear en los demás la misma opinión que él tiene de sí y para ello necesita de ciertos bienes que le hagan reafirmar esta posición, como por ejemplo, la posesión de riquezas, los honores, la fama y el poder.

Se suele discutir la relación que hay entre el dinero, el placer y la felicidad, sin embargo, también encontramos tres aspectos que de un modo más sutil y refinado nos llevan a confusión respecto de qué es lo que hace verdaderamente feliz al hombre. Recogemos de un modo muy resumido las reflexiones de Santo Tomás respecto de los honores, la fama y el poder.

En relación con los primeros, Tomás plantea algo evidente: los honores dependen más de aquel que los ofrece que de aquel que los recibe, por esto mismo un hombre injusto o egoísta puede ser objeto de honores. Es mejor entonces, dice Santo Tomás, ser auténticamente digno de honores que recibirlos sin tener tal dignidad. La felicidad, por lo tanto, no puede consistir en los honores recibidos. (Suma Contra los Gentiles, Libro III, cáp. 28).

Respecto de la fama ocurre algo similar, pero Santo Tomás pone en evidencia que además es sumamente variable, pues nada cambia tanto como la opinión y la alabanza de los hombres. La felicidad por el contrario, identificándose con el sumo bien, debe ser estable. La felicidad no puede consistir en la fama. (ibid, cáp. 29).

Por último, en lo referido al poder humano, Santo Tomás advierte que éste no puede identificarse con la felicidad, ya que por evidencia vemos que el poder puede ser usado para bien o para mal, mientras que la felicidad se identifica sólo con el bien. Por otra parte, en la obtención del poder interviene mucho el azar, mientras que como se dijo anteriormente, la felicidad es el resultado de un modo de vivir.  (ibid, cáp. 31).

Séneca, filósofo romano del siglo I, sentencia: “ser rico no depende de ti; ser feliz, sí”. Nosotros podríamos extrapolar la frase y señalar “ser loado, famoso y poderoso no depende de ti; ser feliz, sí”.

No es que los honores, la fama y el poder humanos sean malos de suyo, muy por el contrario, cuando responden a la dignidad de quien los recibe corresponden a un acto de justicia. El problema radica en que por un desordenado amor a sí mismo se busque como fin de cada acción la exaltación personal, poniendo ahí la felicidad y desconociendo que el amor propio es bueno en la medida en que es condición para amar a otros.

[1] Sin duda a esto se refiere el mandamiento cristiano «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». (Mateo 22, 37-39).

 

Juan Ignacio Rodríguez

Centro de Estudios Tomistas