La familia, lugar natural del verdadero amor

La verdadera amistad, en la que crecemos más plenamente como personas, se da más propiamente en la familia, instancia natural que la favorece.

Cada uno de nosotros no puede entenderse sin los demás. En efecto, no podemos explicarnos la vida como exclusivo fruto del logro y voluntad personales, sino que siempre descubrimos personas que han colaborado no sólo para que existiéramos sino para tener esta u otra vida, y por esto tampoco nos proyectamos de forma aislada. Mi ser no se explica sin la intervención de mi padres y, en última instancia, del Creador –único que puede crear de la nada mi alma espiritual, absolutamente única y singular. En efecto, es un hecho que los demás nos son fundamentales y que de alguna forma los necesitamos. Pero también es verdad que tal necesidad no explica ni agota tales relaciones, pues responden a mucho más que el interés por la sobrevivencia.

Esto es el reflejo de una verdad del ser humano que apunta a que, precisamente por nuestra dignidad de personas, las relaciones con los demás, aun necesarias, no pueden reducirse a un mero intercambio instrumental de mercancías o servicios. No somos un homo economicus sino personas hechas para trascenderse a sí mismas en la comunión interpersonal. Por eso, la mejor manera de responder a nuestro valor como personas es vivir tales relaciones en la gratuidad y el amor desinteresado.

Por otro lado, no es fácil amar y ser amados desinteresadamente, por eso a veces tendemos a hacer valer nuestros méritos personales para que nos valoren. Pero esto último hace depender nuestro valor de algo inestable –un puesto, una consideración, el dinero, un título-, que tampoco deja lugar a la gratuidad. Tal relación hay que buscarla por otro sitio y parece responder a lo que Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, denomina verdadera amistad o amistad entre los buenos. Tal amistad, en efecto, se caracteriza porque cada amigo quiere que su amigo exista, quiere además su bien y lo procura con hechos concretos, convive con él en armonía y paz, y existe una unión de sentimientos hasta el punto de alegrarse o entristecerse con el amigo (Suma Teológica, II-IIa, q. 25, a. 7, in c).

¿Y cuál es el lugar natural donde amar y ser amados por lo que somos y no por los beneficios que aportemos a los demás o las necesidades que satisfacemos?, ¿el lugar que más puede favorecer la verdadera amistad por la que se quiere al amigo como un bien y se quiere su bien? Donde no hay que hacer méritos para que se nos quiera por lo que somos es en la familia, donde los esposos se aman por lo que son, cuidan día a día ese amor, y lo traducen de forma especial en los hijos a quienes aman como parte de sí mismos. El proyecto de vida común traducido en ese compromiso mutuo de amor da una intensidad especialísima a las relaciones vividas en la familia y pone las bases para cumplir las condiciones de la verdadera amistad. Esas bases hay que cultivarlas, sin embargo, con actos concretos de amor, no siempre sensible pero verdadero si se traduce en detalles que manifiestan que se quiere a cada uno por sí mismo y ayudan a desarrollar lo mejor de nuestro ser persona. Una manera concreta es el perdón que brota del amor y que hace posible superar defectos o fallas cometidos, o el acompañar en el proceso de maduración incluyendo el esfuerzo que implica –necesario para fomentar una personalidad fuerte y no caprichosa.

Precisamente es a los más cercanos a quienes a veces más cuesta manifestar amor, pero por otro lado son a los que más obligados estamos a amar, pues es de quienes más hemos recibido. Esto se hace posible si la fuente del amor que vivimos es Aquel que es amor, Dios, hasta hacer vida lo que aconsejaba el místico San Juan de la Cruz “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

En esta línea el Papa Francisco ha afirmado recientemente de la familia, que “es vida, es tejido cotidiano, es camino de generaciones que se transmiten la fe juntos con el amor y con los valores morales fundamentales, es solidaridad concreta, fatiga, paciencia, y también proyecto, esperanza, futuro” (11 septiembre 2013).

Además hay dos eventos, el 30 aniversario de la Carta de los Derechos de la Familia y el mes de la familia en octubre, que recuerdan su importancia: la necesidad natural de crecer en un ambiente en el que el amor mutuo verdadero y abierto a la vida permita crecer como personas maduras. Y se perfila otro más en el horizonte: el Año de la Familia en 2014.

A imagen de la familia por antonomasia –la del Padre, Hijo y Espíritu Santo-, cuyas relaciones son de puro amor, merece la pena trabajar por la familia –por ‘mi’ familia-, donde poder amar y ser amados por lo que somos, dando lo mejor de nosotros mismos y colaborando en la felicidad de los demás.

 

Esther Gómez

Centro de Estudios Tomistas