La explosión de vida en Navidad
La Vida con mayúsculas es la capacidad de obrar como Dios obra, es decir, desde el amor y para el amor.
Navidad es explosión de vida sobrenatural, de la Vida con mayúscula. Y esa explosión se manifiesta en la ternura de la carne de un Niño recién nacido, que acoge en Sí mismo toda la humanidad, con sus fortalezas y debilidades. Y como la vida es la capacidad de obrar por sí mismo, de crear algo nuevo, de crear lazos y de generar vida alrededor, entonces allá donde haya vida, incluso en medio de dificultades o debilidades, siempre se sigue adelante y se busca nuevos caminos. Por eso la vida se manifiesta tanto en el pobre y débil como en el fuerte y poderoso: tanto en el recién nacido de Belén como en el predicador pletórico de fuerzas que arrebata multitudes por los verdes campos de Galilea. En ambos casos hay vida, y una vida valiosa.
La explosión de la vida es Dios hecho carne, Él, que es origen de toda vida. Y Él, en un momento histórico concreto se hizo sensible, tal como dice el apóstol san Juan, testigo ocular de los últimos años de Jesús: “Esta vida se manifestó y nosotros la vimos y hemos dado testimonio de ella” (1 Jn 1, 2). Quizás estemos acostumbrados a ver las figuritas del Niño Jesús en la época de Navidad, pero ¿sabemos por qué todo un Dios se hizo carne de nuestra carne y, al asumir nuestra naturaleza y darle un valor tan grande, nos dio una lección desde la vida y para la vida?
El maestro de Aquino, Santo Tomás, al planteárselo da, entre varias, una bellísima respuesta que puede sernos muy útil. En efecto, no es indiferente el que Dios se haya hecho carne, es decir, la Encarnación nos mereció varias ganancias. Una de ellas es el aumento de amor, pues: “se acrecienta la caridad. En efecto, ninguna prueba hay tan patente de la caridad divina como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre. «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16). Consiguientemente, ante la consideración de esto ha de acrecentarse e inflamarse nuestro amor a Dios” (Exposición del Credo, artículo 3).
Tiene razón santo Tomás: el amor se paga con amor, y cuanto más grande es el amor que se entrega, mayor es el que se ha de devolver. Por eso, esa expresión de amor que es el Niño Jesús de Belén es una invitación a acoger el valor de la vida sobre todo desde el ángulo desde el que se nos da: el del amor. Si la vida que nos entrega Dios brota del amor, cuanto más amor penetre la vida, más plena será tal vida. Esa es la clave: la grandeza y el valor de la vida no procede de su tamaño, o de sus manifestaciones externas, sino de la llama interior que la anima. Si esa llama es el amor, genera más amor a su alrededor, pero si es indiferencia u odio (según el Mensaje del Papa Francisco para el Día Mundial de la Paz del 1 de enero) sólo generará más indiferencia u odio.
Se hace claro, pues, un paralelo. Si la vida humana se caracteriza por la capacidad de obrar según las fuerzas humanas, la vida divina, la Vida con mayúsculas, es la capacidad de obrar como Dios obra, es decir, desde el amor y para el amor. Y esa vida que está ahora a nuestro alcance, porque “Palabra de Vida se nos ha manifestado”, sólo espera que la acojamos. Por eso la Navidad es la explosión del amor, de la Vida con mayúscula.
Esther Gómez de Pedro
Directora der Formación e Identidad