copa de la vida

La copa de la vida

La copa por la que luchamos consiste en ser feliz, a través del bien y el amor

La vida está llena de recovecos, de dimensiones, de crecimiento, de sorpresas, de aspiraciones, de dificultades, de crisis, de ayudas, de personas, algunas con las que construimos proyectos y otras con las que se destruyen, también tiene momentos buenos y malos, pero todo eso tiene sentido a la luz de la meta final, por la que hacemos y sufrimos todo en la vida. Es cierto que no siempre tenemos absoluta claridad sobre nuestra meta definitiva, pero sí tenemos luces que nos orientan en los momentos de oscuridad o de tomar decisiones; y, precisamente por eso, seguimos moviéndonos hacia esa meta, pues la vida es aquel estado en el que se puede actuar desde uno mismo, moverse desde dentro hacia una meta, que, para los seres racionales, nos es conocida y para los irracionales es simplemente perseguida.

Con ocasión de la competición de fútbol entre las selecciones nacionales de América, se hace patente que todos buscamos una meta, concretada en este caso en la copa -una copa material y los consiguientes reconocimiento y honor. Para ello, se realizan muchas acciones vitales y vemos cómo se desplazan desde lugares diferentes, cómo se concentran y entrenan con intensidad, cómo cada jugador potencia aquello en lo que destaca más y puede colaborar al buen juego y a la deseada victoria del equipo, cómo por fin, se enfrentan los diversos equipos y cómo cada enfrentamiento genera incertidumbre, porque entran muchos elementos en juego, no sólo los 22 jugadores y la pelota, arbitrados por un señor de negro. Todas estas acciones están dirigidas a la victoria, o al menos a que se den las condiciones. Y, sin embargo, no todos van a ganar la copa, la victoria final. Y entonces ¿se acaba aquí la analogía con la vida?

La imagen no es perfecta, pero responde bastante a nuestra vida. Esa copa que todos buscamos es siempre la meta a lograr, y cada uno en su interior sabe o siente que esa copa consiste en ser feliz y en aquello que le va a hacer feliz. Pero, a diferencia de la competición de fútbol, en la vida nadie va a renunciar a la copa porque todos podemos ganarla, si logramos ser felices. También hay un paralelo en el esfuerzo que hay que hacer en uno y otro caso para ganar: sin esfuerzo constante y a veces sacrificado, sin dominio propio, sin concentración en las tareas a realizar, sin la compañía y ayuda de los que hacen de equipo, sin levantarse después de cada caída, sin un juego bueno y honesto… sin todo eso, tampoco se podría ganar la copa de la felicidad. No es fácil, pero es apasionante y lo que le da sentido a la vida entera. Hay otro paralelo en la existencia de la copa, en este caso, en conseguir aquello que más feliz nos puede hacer. Es cierto que auto realizarnos se presenta como la condición, pero la copa tiene que ser algo distinto a nosotros a nuestra auto realización. Y además, no puede ser algo inferior a nosotros, a nuestra dignidad personal. Por eso sólo el amor verdadero a las persona amada puede hacernos felices, y, si lo pensamos de manera radical, sólo el amor a la Persona que más nos ama y que es más digna de ser amada, la que nos dio el ser y la vida, nos puede hacer felices de manera radical, incluso en medio de dificultades, persecuciones. Esto es el amor de Dios, por el que nos unimos “a Dios, que es el fin último” (Suma Teológica, II-IIa, q. 184, a. 1, in c). Y como “el que ama busca de algún modo lo íntimo de la cosa amada” (Ibid, I-IIa, q. 28, a. 2, ad.1), buscará la amistad con Dios y la plasmará en agradarle a Él y en amar a los demás de manera concreta.

En definitiva, la copa cosiste en eso, y para hacernos realmente felices, tiene que estar llena–de amor y de obras buenas.

Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad