La afabilidad no es accesoria
“Es propio del sabio el hacer la vida agradable a los que conviven con él”
Hay una película que veo con frecuencia que siempre me confirma cuán valiosa e importante es la vida de cada persona. Además muestra cómo, a veces sin darse cuenta, una vida toca a tantas otras contribuyendo a hacerlas más felices o, por el contrario, menos o nada felices. Es una versión adaptada del clásico cuento de Navidad de Dickens llamada “¡Qué bello es vivir!” (Its a wonderfull life!) y por supuesto que la recomiendo, no sólo para Navidad.
Por eso encuentro muy luminosa la reflexión de Tomás de Aquino sobre las relaciones interpersonales si las alimenta la virtud de la afabilidad. Consiste en algo tan sencillo como tratar a cada persona según su dignidad o valor que tiene como tal, lo cual se traduce en un trato amable, respetuoso, lleno de dignidad. Sin caretas y de manera auténtica, tratándola como quisiéramos ser tratados. «Cada persona está obligada por un cierto deber natural de honestidad a convivir afablemente con los demás, a no ser que por alguna causa sea necesario en ocasiones entristecer a alguno para su bien” (Suma Teológica, II-IIa, q. 114, a. 2, ad 1).
A la objeción de hipocresía responde aludiendo a nuestra condición de seres sociales por la que estamos llamados a convivir de manera razonable, lo cual no implica una amistad especial sino general. “Este amor se manifiesta en signos externos de palabra o de obra que uno exhibe incluso a extraños y desconocidos. Por eso no hay en ella simulación alguna, porque no se ofrecen muestras de perfecta amistad. En efecto, no nos comportamos con la misma familiaridad con los desconocidos que con aquellos a quienes estamos unidos por lazos de especial amistad” (Ibid, a. 1, ad. 2). La afabilidad sería eso mínimo exigible para mantener una sana convivencia en tanto que “guarda las normas de decoro en el trato cotidiano de los hombres” (Idem, ad 1).
En ese contexto encontramos esta genial afirmación que es a la vez invitación y desafío. Invitación a buscar la sabiduría para descubrir lo realmente esencial y ordenar así todo lo demás, y desafío a vivirlo para contrarrestar actitudes y actos de violencia o de indiferencia que impiden la sana convivencia:
“Es, por tanto, propio del sabio el hacer la vida agradable a los que conviven con él; pero no con una alegría viciosa, que debe evitar la virtud, sino honesta […]. No obstante, habrá casos en que, para evitar un mal, no tendrá inconveniente el afable en contristar a aquellos con quienes convive” (Ibid, a. 1, ad 3). La capacidad de hacer agradable la vida a los demás es realmente un tesoro que facilita la convivencia y la búsqueda del bien común. Pero, por otro lado, exige un gran autodominio para ser empático y paciente con los defectos o cosas que puedan molestar de los otros y también prudencia para discernir lo realmente bueno, incluso si implica corregir una falta o alejar de lo dañino, aunque parezca atractivo, cosa que no suele ser agradable. Esto es posible cuando este trato se basa en la verdad y en el bien, y no en la mera apariencia de evitar chocar sólo por quedar bien.
Cuánta sabiduría hay en estas palabras y en tantas personas que lo viven así.
Esther Gómez
Directora nacional de Formación e Identidad