¿Juzgar o amar?
Hay más amor a la patria en el obrar desde el amor que en la crítica destructiva
Mucho se ha hablado de la patria en este mes de septiembre, tan entrañable para los chilenos y cuantos son acogidos en sus tierras “como amigos” cuando son “forasteros”, como dice la canción. Por eso se hace inevitable una mirada a la historia, al presente y a su proyección futura. Y en esa mirada, tan rica, pueden surgir, y de hecho surgen, sombras, temores, desesperanzas, críticas, juicios, y posturas más o menos crudas y enfrentadas. Así es, y lo que debiera generar un mayor compromiso mancomunado para crecer y mejorar la patria puede, en cambio, convertirse en triste retahíla de recriminaciones. Por eso encuentro muy ejemplificador el tenor de las palabas del Cardenal de Santiago durante el Te Deum del pasado 18 al proponer la esperanza como la mejor actitud hoy.
A pesar de todo, siempre nos acecha esa fácil salida de la mera crítica a los demás que parece tranquilizar la conciencia porque, al menos, hemos puesto de manifiesto lo que hay por hacer y todo lo malo que, habitualmente, han generado otros. Pero, ¿qué tan correcta es y qué riesgo conlleva de no respetar la realidad y, en último término, la verdad de la historia y la dignidad de las personas?
Sor Teresa, ahora Santa Teresa de Calcuta, tiene al respecto una de esas frases que no se olvidan: “Si juzgo, no amo”. Su vida, de hecho, lo respaldaba pues nunca salieron críticas de sus labios, sino que se limitaba a obrar expresando así su “amor en acción”. Así acogía a cada uno en lo que tenía de amable, que descubría en todos, fueran grandes magnates o pobres habitantes de un suburbio.
La razón más profunda de este obrar podemos rastrearlo a partir de las condiciones ideales para emitir un juicio con verdad. Santo Tomás de Aquino, al analizarlo, señala que unas de las tres condiciones requeridas para ello es “el celo de la rectitud, con el fin de que uno no emita juicio por odio o por envidia sino por amor de la justicia según aquellas palabras de Prov 3,12: El Señor corrige al que ama” (Suma Teológica, III, q. 59, a. 1, in c). En efecto, el odio, la envidia o los celos intempestivos, oscurecen y hasta pueden cegar la capacidad racional hasta el punto de errar fácilmente en un juicio emitido bajo estos estados afectivos. Por eso el juez ideal no ha de tener parte en ninguno de las partes para evitar la parcialidad. Pero ¡qué difícil es realmente conseguir tal neutralidad! Sólo parece que la hace posible el amor, pero no ciego sino iluminado por la verdad. Pero hay además otro interesante elemento que solemos olvidar, que es el carácter mutable del corazón humano. En efecto, sigue diciendo santo Tomás que “no es posible dar un juicio completo sobre un hombre mientras no se termine su vida, ya que muchas veces puede cambiarse de bueno en malo o al revés; o de bueno en mejor, o de malo en peor” (ibid, a. 5, in c). Experiencia de esto tenemos a diario, y qué bueno que podamos enmendarnos, mejorar o progresar, a pesar de haber fallado y metido la pata. Mientras vivamos en el tiempo tenemos la opción de seguir decidiendo, y por eso el juicio definitivo de nuestra vida no está fijado. ¡Qué verdadero es y cómo lo olvidamos cada vez que etiquetamos a alguien! Por eso, y de esto estaba profundamente convencida M. Teresa, sólo puede juzgar en verdad Aquel que todo lo sabe porque tiene todos los elementos de juicio y ama sin desviaciones: Dios. Pues “conocer los secretos de los corazones y juzgarlos, de suyo, compete exclusivamente a Dios” (ibid, a. 2, ad. 3).
Ella prefería amar con obras antes que juzgar para no equivocarse y faltar a la verdad. Amor a la patria, por tanto, obrando no desde la crítica destructiva, sino desde un amor enriquecido con una buena dosis de reflexión que conoce la verdad y propone caminos de mejora.
Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad