Invitación a la misericordia
“La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia” (Papa Francisco)
Los ideales son el motor de la vida. Por eso, una vida sin ideales pierde su razón de ser y se vive con desgana. Precisamente al retomar el trabajo después de las vacaciones, es necesario volver a mirar los ideales que iluminen lo que veníamos haciendo. En ese sentido traemos a colación un ideal propuesto recientemente por el Papa Francisco y que responde a nuestra ansia de felicidad y de bien y que nos hace más semejantes a lo que Dios quiere de nosotros: es la misericordia. La misericordia es una actitud del corazón concretada en una virtud por la cual hacemos nuestras las miserias o deficiencias de los demás y les ponemos remedio.
Por eso alguien así genera a su alrededor gestos de amor, de perdón, que ayudan a superar las dificultades de la vida. El modelo para vivirla es, obvia decirlo, el mismo Dios, que –como recuerda santo Tomás de Aquino- “quiere desterrar la miseria ajena como si fuera propia” (Suma Teológica, Ia, q. 21, a. 3, in c), como efecto de su inmensa bondad. Por eso el Santo Padre ha convocado un Año para vivir la Misericordia aprendiendo de Aquel que es Bondad por esencia: “Misericordiosos como el Padre”.
Que necesitamos ayuda para vivirlo es evidente al ver nuestra dureza de corazón que tiende a encerrarse en sí mismo sin atender a la necesidad ajena pero que, por otro lado, sabe que sólo el amor verdadero le hace feliz, y por eso el modelo y el camino para ello es el Padre Dios, Aquel cuya esencia es amor. De ahí que experimentar uno mismo el amor misericordioso de Dios nos invite y nos dé fuerzas para vivirlo con nosotros y con los demás. Así lo expresa con gran belleza el Papa en su Mensaje para la Cuaresma de este año:
“La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu” (n. 3).
Es esta una clara invitación a hacer de esa misericordia experimentada y vivida el ideal de la vida, tuya y mía. Es una invitación a ser feliz y a hacer felices a los demás, a superar egoísmos que nos encierran en nuestro mundo y nos cierran al resto, invitación a acoger, a perdonar, pero, sobre todo, a imitar el Corazón de un Dios que, como fruto de su amor misericordioso, nos salva en una cruz y nos espera en los sacramentos del Perdón y de la Eucaristía.
Invitación, pues, a vivir no sólo natural sino sobrenaturalmente.
Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad