Héroes anónimos: corazón grande
“¡Cuántos héroes anónimos existen en el mundo y cuánto les debemos!”
De vez en cuando llegan noticias que nos sacuden con fuerza, como atentados o masacres de grupos de personas por causas políticas o de credos, y eso nos deja sin palabras. O casos de abusos de poder o económicos que benefician a individuos y parecen desdibujar la existencia del bien común. Hay noticias de esas, más de las que quisiéramos escuchar.
Pero también hay otras noticias, positivas, quizás no tan conocidas porque, como se dice: “el bien no hace ruido, y el ruido no hace bien”. Hay muchas personas, más de las que creemos, que son ejemplos vivos de entrega, de caridad, de rectitud ética en bien de otras personas y que hacen mucho bien a la humanidad. No estoy pensando únicamente en la cercana Teletón en la que se van a dar cita muchos actos –sean pequeños o grandes- de entrega y generosidad. Pienso, sobre todo, en esa figura del “héroe anónimo” o silencioso, que por su entrega llega a ser el centro de una comunidad o familia potenciando el bien de los demás y ayudándoles a crecer, no sólo en su dimensión humana sino también espiritual. ¡Cuántos héroes anónimos existen en el mundo y cuánto les debemos!
Sirva esto de modesto homenaje a todos esos héroes, personas que nos han marcado o lo siguen haciendo y que embellecen este mundo, aunque no salgan en los diarios: padres, hermanos, profesores, líderes, inspiradores, jefes, fundadores, etc. El mismo Tomás de Aquino, nuestro patrono, es uno de ellos… aún sigue inspirando nuestros estudios y, de hecho, orienta estas cápsulas. Él vivió y escribió acerca de la necesidad de las virtudes, y, especialmente, de la magnanimidad, como aquella actitud por la que aspiramos a metas elevadas y hacemos de manera excelente todo lo que tenemos entre manos, sea grande o pequeño. Algunas de sus manifestaciones se reconocen al no rehuir el esfuerzo, la generosidad, no faltar a la verdad, respetando la justicia sin caer en favoritismos o avaricia:
“Como el magnánimo tiende a lo grande, es lógico que se incline en especial a las cosas que implican alguna excelencia y rehúya las que entrañan algún defecto. Ahora bien: implica alguna excelencia el hacer el bien, repartir lo propio y devolver más. Por eso se muestra pronto para tales obras, en cuanto tienen alguna razón de excelencia… En cambio implica defecto el apreciar excesivamente ciertos bienes o males exteriores hasta el punto de apartarnos por ellos de la justicia o de cualquier otra virtud. Del mismo modo entraña defecto toda ocultación de la verdad, porque parece provenir del temor. El que uno esté siempre quejándose también es defectuoso, porque parece que el ánimo sucumbe a los males exteriores. Y por eso el magnánimo evita estas cosas y otras semejantes por un motivo especial, a saber: porque son contrarias a la excelencia o grandeza” (Suma Teológica, II-IIa, q. 129, a. 4, ad.2).
De ahí se deduce que siempre viene acompañada de otras virtudes como la fortaleza, paciencia, perseverancia, veracidad, templanza u otras, y como la virtud es siempre atractiva, la persona magnánima, como los super héroes, difunde a su paso el bien y suscita deseos de imitación. Estas personas no nos dejan indiferentes pues dejan a su paso un cierto olor de bondad, o incluso de santidad -cuando son hombres de Dios. Así ha pasado con el P. Tomás Morales, recientemente declarado venerable por sus virtudes heroicas y que marcó la vida de muchas personas, incluida la mía. Un hombre que en la posguerra española amó a Dios de tal manera que se entregó a sus hermanos los hombres suscitando miles de llamadas a una vida laical comprometida con la fe y la virtud en medio del mundo, para hacer de nuestra casa común un lugar más bello en consonancia con el sabio designio de su Creador. Corazón magnánimo y virtuoso que invitaba a “no cansarse nunca de estar siempre empezando” y arrastró al bien con su ejemplo de vida y la propuesta de altos ideales.
Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad