Gratitud, ¿y por qué no?

Ese vaso medio lleno que podemos y debemos agradecer

Se repite mucho estos días, y con razón, que es mejor ver el vaso medio lleno que verlo medio vacío. Lo importante es saber ver que todavía hay algo en el vaso que nos permite beber, saciar la sed o, si ampliamos la metáfora a cualquier situación, contar con algo para seguir adelante de manera positiva. Incluso, aunque sea poca el agua, apunta a que contamos con el material, las fuerzas personales o el apoyo suficiente para superar la situación que estamos viviendo.

Recuerdo haber escuchado acerca de milagros en que, por intercesión de un santo, se multiplicaron el puñadito de comida o de mercancía que quedaba para alimentar y alcanzó para dar de comer a mucha gente. Si volvemos a la idea original, es cierto que nunca estamos totalmente solos o desprovistos de algún tipo de herramienta o apoyo para afrontar las dificultades de la vida y conseguir nuestros logros, especialmente al que aspiramos todos: la felicidad. Al poner de manifiesto la importancia de lo que tenemos y de lo que hemos recibido, brota la gratitud como una actitud natural de correspondencia.

No es un tema nuevo sino muy antiguo pero es tan importante que conviene renovarlo de vez en cuando. Me ha llevado a pensar en esto las reflexiones de mis estudiantes sobre sus aprendizajes de este semestre: de lo que han aprendido, de lo que ha supuesto para ellos esta experiencia del COVID-19 y la cuarentena y de las lecciones que han sacado de ello. Especialmente resaltaban el valor de la vida, de las virtudes, del valor de las personas, de la fortaleza interior y también a algunos se les abría una puerta a una esperanza más allá del aquí y ahora concreto y limitado, hacia Dios como la esperanza última y el Bien supremo. Y como consecuencia, resaltaban el agradecimiento por todo eso que tenemos y de lo que podemos disfrutar cada día, aunque no sea fácil.

De la conciencia de haber recibido algo de manera gratuita, brota, pues, la actitud de agradecimiento. Al respecto dice Santo Tomás que vendría ligado a la justicia como una cierta apertura del corazón y una mirada positiva, que no exige sino que agradece; y al agradecer también se entrega a otros. ¿Y qué agradecer?: las fuerzas para vivir cada día, la entrega de cada persona, el gesto de la sonrisa, sobre todo agradece a Dios que sigue regalándonos la vida a la fuerza y sus ayudas a través de otras personas: todos cuantos colaboran para que podamos vivir en sociedad, pues cada uno tiene una misión que cumplir, cada docente, administrativo, directivo, joven, estudiante, madre, padre, hermano…

En la Suma Teológica, al enumerar las virtudes que implican una especie de devolución natural ante algo recibido, como la religión -por lo recibido por Dios-, la observancia -por lo recibido de los padres-, habla finalmente de la “gratitud que, gracia por gracia, recompensa a nuestros bienhechores” (Suma Teológica, II-IIa, q. 106, a 1). Tal actitud por la que se “recompensa por un beneficio es, sobre todo, fruto del afecto” (a. 3, ad 6). Además, como toda virtud, ha de vivirse de la manera y en el momento adecuado, pues: “los beneficios se han de hacer a su debido tiempo, y llegado el tiempo oportuno no se deben diferir; y esto mismo debe observarse cuando se trata de recompensarlos” (a. 4, ad. 3).

Cuántas puertas abre un “gracias” dicho de corazón, y cuesta tan poco. No en vano el Papa Francisco ha repetido innumerables veces las tres palabras que fundamentan la convivencia humana: “Por favor, gracias y perdón”.

Ese vaso medio lleno es algo que podemos y debemos agradecer, y no darlo por hecho o como si fuera nuestro derecho, porque es un don gratuito. De hecho, podríamos no tenerlo. Demos gracias, sobre todo, al que nos mantiene en la vida, no se cansa de esperarnos para darnos un abrazo de Padre y su amistad divina. Y a cuantos a nuestro lado hacen que nuestra vida sea más llevadera, más bella, más enriquecedora.

Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad