El fútbol y las pasiones que desata…

“Amor u odio, deseo o aversión, alegría o tristeza, miedo o audacia, esperanza o desesperanza, y, en último lugar, ira. Cada pasión tiene su explicación y razón de ser, pero pide ser ordenada al bien real, cosa que hacen las virtudes morales”.

Siguiendo al maestro Santo Tomás en nuestro deseo de conocer mejor al ser humano, nos serviremos de un acontecimiento actual. Se trata del famoso campeonato mundial de fútbol que tantas pasiones desata aquí y en todas partes. ¿Es que Santo Tomás escribió de fútbol? No tenemos noticia de que lo hiciera, aunque sí, por supuesto, se ocupó del cuerpo humano. Nos orientaremos, más bien, hacia las pasiones y afectos que desata, que podemos aplicar a muchos otros ámbitos de nuestra vida: euforia, alegría, tristeza, confianza, ira, amor, deseos…

Lo primero es saber qué son. A todo movimiento de nuestro afecto, a todo modo de vibrar sensiblemente ante algo que experimentamos, lo denominamos pasión o afecto, según sea su grado de intensidad. Estos afectos surgen espontáneamente en nuestro interior a partir de la percepción sensible de algo, y de alguna manera somos afectados por ellos. Como nos pasa al sentir ganas de probar una comida que huele bien, pues si no la oliéramos no sentiríamos el deseo de comerla. Considerados como efectos causados por algo sensible, los afectos son algo neutro, ni buenos ni malos, pues ¿qué culpa tiene uno de sentir ganas de comer cuando huele a asado? ¿Es que es malo sentir deseos de comer? No, claro.

Sin embargo, aunque en sí mismas no lo sean, vemos que sí tienen consecuencias buenas o malas, en nosotros y en otros. Sentir alegría ante un triunfo deportivo es algo en sí mismo bueno, o al menos no tiene por qué ser malo, pero si esa alegría me lleva a destrozar cosas en un acto de vandalismo, o a beber inconteniblemente para celebrarlo hasta terminar no siendo dueño de mis actos o a pegar a los hinchas del equipo contrario, entonces esa pasión no es buena, no está bien encauzada. Por poner otro ejemplo, el jugador que tiene una tarjeta amarilla y que, por miedo a la segunda que le incapacitaría seguir jugando, mide más sus movimientos y patadas para no cometer faltas, entonces se evita la expulsión, que es un mal real para él y su equipo, lo cual es bueno. Así, parece claro que la bondad o maldad de las pasiones dependerá, por un lado, de si están ordenadas o no al bien del hombre. Bien que conocemos bien gracias a una razón bien formada. Y, por otro lado, de si lo que las motiva es bueno o malo en sí mismo.

¿Cuáles son esas pasiones o afectos? Siguiendo a los clásicos, Santo Tomás distingue once tipos de pasiones, unas concupiscibles y otras irascibles. Las primeras nacen del amor y del deseo por un bien, y las segundas del esfuerzo por superar las dificultades para conseguirlo.  De esa manera, y a modo de ejemplo, el amor por la Copa del Mundial suscita el deseo de ganarla y la alegría ante la victoria, a la vez que evita las derrotas que, cuando llegan, nos ponen tristes. Por otro lado, ante la dificultad, o la vencemos con esperanza y auto superación, o nos desesperamos y nos vence el miedo de perder. Un contrincante difícil, por ejemplo, suscita esos afectos, mientras que un mal arbitraje, nos hace enfadar.

Amor u odio, deseo o aversión, alegría o tristeza, miedo o audacia, esperanza o desesperanza, y, en último lugar, ira. Cada pasión tiene su explicación y razón de ser, pero pide ser ordenada al bien real, cosa que hacen ciertas virtudes morales. Pero este tema lo dejaremos para otro momento.

 

María Esther Gómez de Pedro
Coordinación Nacional de Formación Personal