Fraternidad o Solidaridad, ¿qué es lo primero?
Del valor de cada persona brota, de forma natural, la actitud de acogida.
Agosto 2016 tiene sus peculiaridades en Chile. Como cada año es, en primer lugar el mes de la solidaridad. En el meridiano del mes –el 18- celebramos la fiesta de este gran santo chileno que fue el gran apóstol de la caridad a mitad del pasado siglo, el P. Alberto Hurtado. Él, por su gran labor de acogida y ayuda a los más necesitados, da nombre al mes de la solidaridad. La lectura de su vida es un recordatorio de lo que todos estamos llamados a vivir. Qué bonito que así sea y lo siga siendo. Además, unido a eso, dentro de pocas semanas este año una gran mujer conocida por su absoluta dedicación y entrega a cuantos le rodeaban, será elevada a los altares como nueva santa: la M. Teresa de Calcuta. El 4 de septiembre en Roma, desde un balcón del Vaticano, se desplegará un lienzo con su imagen con una aureola, signo de quienes son amigos íntimos de Dios no sólo en la tierra sino también en el cielo. Ella es el personaje que este 2016 da rostro al valor del Tema Sello anual: la fraternidad. Por eso en la Santo Tomás estamos de fiesta en este mes, víspera de su canonización.
No eran meras palabras, sino que de veras ella veía en cada persona, especialmente en los que sufrían, a un hermano. Y no sólo a los aquejados de dolores, enfermedades o pobreza –para los que levantaba lugares de acogida con el fin de ayudarles a sufrir o a morir con sentido y rodeados de amor-, sino también, y de manera más misteriosa, a los que sufrían espiritualmente por el drama de la soledad, del sinsentido o del vacío existencial. Su “amor en acción” brotaba por eso de lo que veía en cada hombre, no siempre fácil de reconocer: un hermano, un frater. De ahí la fraternidad como origen de su obra. Sin embargo, aún queda por dilucidar qué es lo que le hacía descubrir a hermanos en personas tan distintas o tan distantes de ella. ¿De qué manera se puede salvar la distancia natural entre razas, pueblos, culturas o lazos de sangre? Ella aprendió mirando a su Maestro.
Para dilucidarlo recurrimos a nuestro patrono Tomás de Aquino. En el Comentario a los Salmos (Salmo 12, n° 86840), proporciona una clave al considerar “el especial cuidado que Dios tiene del hombre; [sobre todo por] la especial familiaridad”, por la “que alguien grande [Dios] se una con especial familiaridad con alguien pequeño [cada hombre, que es criatura]”. Y sigue diciendo que “Dios no se olvida de ti a causa de tu pequeñez”, cosa que pone de manifiesto su “gran clemencia”. He ahí la gran lección que aprendió en carne propia M. Teresa: si Dios, como Dios -inmenso, absoluto, perfecto, Creedor, es decir, Dios, y por lo tanto, a años luz de nosotros-, tiene cuidado de sus criaturas humanas hasta el punto de tener familiaridad con ellas dándose a conocer y compartir todo con ellas, ¿no debiera darse algo parecido entre los que somos iguales en naturaleza y en filiación divina? M. Teresa se supo visitada y amada por Dios, como Padre, como Hermano, como Salvador, como Esposo. Ese amor, en lógica correspondencia, lo devolvía con amor, a Dios y a sus criaturas, pues “amor con amor se paga”, sea la que sea la distancia que haya que salvar. Y si el más pequeño aparece como el más distante, implicará un mayor amor.
Por eso repetía una y otra, a modo de estribillo, al ser preguntada sobre la motivación de su obra: “Ya lo dijo Jesús: Lo que hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicieron”.
Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad