Madre Teresa calcuta

Fraternidad al estilo de la Madre Teresa

“Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, a Mí me lo hicieron” (Mt 25, 40)

Hay en cada uno de nosotros un profundo anhelo de ser feliz que se apoya en nuestra realidad de seres sociales o relacionales. Por eso, a mayor madurez humana, mayor capacidad de superar la mirada egocéntrica y egoísta que se considera únicamente a sí mismo. Existe por ello una estrecha relación entre la capacidad de amar de verdad y la felicidad, lo cual exige tener la disposición de considerar al otro como un par que puede colaborar a mi felicidad y viceversa, disposición a la que se opone, sin embargo, la que ve en el otro un competidor que dificultara mi felicidad.
Pero es imposible construir un proyecto estable de felicidad si desconfiamos de los otros. Para ello hay que romper con esa mirada egoísta que etiqueta al otro como contrincante para descubrir lo que compartimos con él y que es la base de la confianza: somos personas en busca de una meta común, y los que gozan de alguna ventaja pueden ayudar. El cambio desde la mirada egocéntrica a la fraterna multiplica el bien, porque entiende que al darse a los demás, no se pierde nada, sino que se gana y se crece en alegría, en generosidad, y, por tanto, en felicidad.
Esta enseñanza vivida de una manera radical y alegre, es la que nos presenta la M. Teresa de Calcuta. Su entrega a los más pobres de los pobres (no sólo material sino también espiritualmente) nos enseña que la verdadera fraternidad sólo es posible cuando se descubre en los demás a hermanos dignos de ser amados y se les manifiesta ese “amor en acción”, no sólo en palabras. Es decir, cuando nos sabemos hijos del mismo Padre que nos entrega su amor para comunicarlo a los demás, y nos liberamos de falsas autocomplacencias y egoísmos propios que nos encierran en nosotros y nos impiden discernir las necesidades del hermano que está a mi lado. La fraternidad es, en realidad, la condición para dar el paso a la solidaridad y la caridad. Al respecto decía: “si no se vive para los demás, la vida carece de sentido”.
¿Su gran secreto para vivir entre enfermos y menesterosos de todas clases con una sonrisa en los labios y entregándoles esperanza? Su profundo amor a Dios, del que se sabía profundamente amada y que a la vez le movía a dárselo a los demás. El mismo secreto de nuestro patrono, santo Tomás de Aquino, que encontró en el amor a Dios la fuente de todo amor y de la fraternidad:
“[…] la razón del amor al prójimo es Dios, pues lo que debemos amar en el prójimo es que exista en Dios. Es, por lo tanto, evidente que son de la misma especie el acto con que amamos a Dios y el acto con que amamos al prójimo. Por eso el hábito de la caridad comprende el amor, no sólo de Dios, sino también el del prójimo”. Suma Teológica, II-IIa, q. 35, a. 1
Por eso, cada vez que le preguntaban por qué hacía lo que hacía, arrostrando peligros y privaciones, decía inalterable: “Lo hacemos por Jesús”, y a sus monjas: “Es a Cristo a Quien atendéis en los pobres”. El desafío: recuperar la confianza en el otro porque es nuestro hermano.

Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad