Entre leones y dementes
Cuidar la casa común con el cuidado y atenta administración de la naturaleza
Suceso extraño este que hemos escuchado recientemente: un hombre que entra a la jaula de los leones en un zoológico y ante la reacción de los animales, al tratar de frenar el ataque de los leones y defender al hombre, los guardadores terminan con la vida de los felinos. A lo anterior falta añadir un dato, que el hombre no estaba en su sano juicio. Sin embargo, esto último no cambia en absoluto su condición de persona humana. ¿Qué juicio moral merece este hecho, entonces?
Me parece que este tema puede ser iluminado si consideramos la naturaleza como un todo, que tiene en la noción de creación una de sus acepciones más cercana a este tema. Tomás de Aquino así lo considera cuando descubre en el universo el orden propio de los seres y su fin específico. Dice que “en el universo cada criatura está ordenada a su propio acto y a su perfección. Las criaturas menos nobles a las más nobles; como las inferiores al hombre. Cada criatura tiende a la perfección del universo. Y todo el universo, con cada una de sus partes, está ordenado a Dios como a su fin en cuanto que en el universo, y por cierta imitación, está reflejada la bondad divina para la gloria de Dios; si bien las criaturas racionales de un modo especial tienen por fin a Dios, al que pueden alcanzar obrando, conociendo y amando. Queda patente que la bondad divina es el fin de todos los seres corporales” (Suma Teológica, Ia, q. 65, a. 2, in c).
En este orden todo tiende a su propia perfección y, a la vez contribuye a la total, en el sentido de que lo menos perfecto se ordena y subordina a lo más perfecto, aunque sin perder su valor propio. Así lo afirma explícitamente de los animales en función del hombre dado que, como afirma un poco después: “el grado más perfecto de vida está en el hombre” (Ibid, q. 73, ad. 1).
Este valor o mayor perfección del hombre puede explicarse desde un doble fundamento: la naturaleza y su origen. Por nuestro origen, somos el único ser creado a imagen y semejanza de Dios, lo cual nos da una dignidad singular. Mientras que por nuestro ser, poseemos las capacidades de pensar, elegir y amar espiritualmente, a diferencia de los animales. Tales capacidades no dependen de su uso pues, a pesar de que como animales racionales es la racionalidad lo que nos diferencia del resto, cuando dormimos no estamos pensando, ni eligiendo, ni amando y, a pesar de todo, no dejamos de ser personas ni perdemos nuestra dignidad. Este es el fundamento ontológico de nuestra dignidad, el que no perdemos nunca mientras existamos y seamos personas. Por eso, un demente, a pasar de no pensar bien ni actuar coherentemente, posee la dignidad propia de toda persona humana y, por mismo, exige el respeto debido a la misma. Y, por eso también a él se le aplica ese ordenamiento de lo menos a lo más perfecto.
Por eso obraron correctamente los cuidadores del zoológico al salvar la vida de ese hombre, dado que no podían hacerlo sin dañar a los leones. Entre el león y la persona, hay que salvar a la persona. Aunque también forme parte del orden el cuidar a cada ser en la medida de lo posible, sin abusos y evitando sufrimientos inútiles.
Así, pues, la casa común exige nuestro cuidado y atenta administración como contribución al orden y vivir la fraternidad de manera propia con los que son nuestros iguales en naturaleza.
Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad