regreso del hijo pródigo - bartolomé murillo

En cuerpo y en alma

El amor en acción busca el bien del otro y le ayuda a superar su necesidad, material o espiritual.

Cuántas veces estamos satisfechos en nuestras necesidades materiales pero experimentamos algo en nuestro interior, en el alma, que no está del todo en paz. O, también nos pasa lo contrario, que a pesar de estar tranquilos con nuestra conciencia y nuestras expectativas interiores, una necesidad física nos deja mal. Nos pasa a todos, también a nuestros más cercanos, a esos otros ‘yoes’ que, como recordaba la Madre Teresa, son hermanos nuestros, y que si los vemos como tales, no nos pueden dejar indiferentes. Cosa que es consecuencia de esa otra doble dimensión que va configurando nuestro modo concreto de ser personas y que también se dan íntimamente ligadas: nuestra vida interior –con sus riquezas y flaquezas- y nuestras relaciones y vínculos con los demás.

De ahí que para vivir la fraternidad haya que atender al hermano de manera integral, en lo físico y en lo espiritual: en cuerpo y en alma. Porque la necesidad o la miseria que uno puede ayudar a superar en uno mismo o en otro, puede estar ubicada en esta doble dimensión. Por eso la misericordia, porque “quiere desterrar la miseria ajena como si fuera propia” (Suma Teológica, Ia, q. 21, a. 3, in c), tiene dos aplicaciones: lo corporal y lo espiritual, a lo que responden la fraternidad y, estrechamente unidas a ella, las obras de misericordia corporales y espirituales, que se nos invita a vivir en este Año de la Misericordia. Virtudes que, precisamente por “volcarse en los otros y socorrerlos en sus deficiencias” (Ibid, a. 4, in c.) son las excelentes de las que hacen referencia al prójimo.

Muchas de las obras de misericordia quizás ya las vivamos, pero siempre podemos sacarles más brillo. Las corporales son: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos. Mientras que las espirituales, que atienden a la dimensión del alma, son enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y, por último, rezar a Dios por los vivos y por los difuntos. Estas obras, por otro lado, resulta que son materia de examen, el examen que, según grande personajes, es el más importante en la vida: el examen sobre el amor. En efecto, esa es la materia que todos, aunque no siempre seamos conscientes, estamos cursando cada día, cada etapa de la vida y del que somos evaluados. ¿No es el amor lo que da sentido a la vida de una manera más plena y feliz? Si es así, y todos en el fondo así lo consideramos, es coherente que se nos pida cuentas del amor. ¿Quién? Tú, yo… nuestra conciencia, pero, sobre todo, Aquel que nos regaló la vida para darle sentido y ser felices en el amor: Dios.

El amor en acción busca el bien del otro, ayudando a superar la necesidad del otro, sea material o espiritual. Es un amor que sabe ver también el alma, y por eso consuela, acompaña corrige, reza o tiene paciencia. Porque “tuve hambre y me diste de comer… estuve solo y viniste a verme” (Mt 25, 35).
Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad