El señuelo del fútbol: una oportunidad para descansar

“La agilidad espiritual se restaura mediante el reposo espiritual”

 

Cuando pienso que la mitad del planeta está pendiente de 22 jugadores que persiguen una pelota, de cómo esta pelota corre por un campo de juego para entrar en un arco y busco la razón profunda de esto, me doy cuenta de que necesitamos un poco de distracción sana para evitar que nuestras preocupaciones cotidianas nos agobien y metan en un pozo sin fondo. Los momentos de distracciones y de sano esparcimiento que nos distraen, nos deleitan y nos permiten regresar a la ocupación diaria con ánimo renovado y fresco.

La atención de medio planeta en esa pelota muestra que necesitamos ciertos bienes o acciones que nos ayuden a crecer como personas. Santo Tomás habla muy acertadamente de una aplicación de la virtud de la modestia por la cual descansamos a través de las diversiones:

“De igual modo que el hombre necesita del descanso corporal para reconfortar el cuerpo, que no puede trabajar incesantemente porque su capacidad es finita y limitada a ciertos trabajos, eso pasa también en el alma […] En ambos casos (exceso de trabajo y ejercicio continuado de actividad intelectual) sufre un cansancio del alma. Y del mismo modo que el cansancio corporal desaparece por medio del descanso corporal, también la agilidad espiritual se restaura mediante el reposo espiritual. Ahora bien: el descanso del alma es deleite […] Por eso es conveniente proporcionar un remedio contra el cansancio del alma mediante algún deleite, procurando un relajamiento en la tensión del espíritu. […]
Estos dichos o hechos, en los que no se busca sino el deleite del alma, se llaman diversiones o juegos. Por eso es necesario hacer uso de ellos de cuando en cuando para dar algo de descanso al alma” (Suma Teológica, II-IIa, q. 168, a. 2).

Realmente es necesaria la diversión, siempre que sea de manera ordenada, como alude al apuntar a que la diversión sea “de cuando en cuando”. Pero también me pregunto qué está mirando la otra mitad del planeta como manera de divertirse, y si no sería mejor mirar algo que no sea caduco como un palmarés o una copa, sino que sea algo que trascienda a largo del tiempo hasta la eternidad. Me pregunto por qué nuestra capacidad de salir de nosotros mismos en busca de realidades que nos ayudan a dar lo mejor de cada uno no se eleva por encima de lo caduco y temporal y abre la puerta de la infinitud trascendente, si es que de verdad en el corazón del ser humano hay un anhelo de eternidad. Me pregunto por qué no lo abrimos o por qué, si sabemos que existe, no lo tenemos en cuenta y nos contentamos con mirar una pelota, cuando realmente necesitamos a Dios.

No estoy pensando en un Dios al estilo de la varita mágica que resuelve todos los problemas, sino en el Dios real que nos creó a su imagen y semejanza de la nada, que nos regaló una vocación única en el amor y la comunión con Él y entre nosotros y que nos abre la puerta a la vida eterna si creemos en Él. Pienso en el Dios que miraba y movilizaba al Padre Hurtado al preguntarse “¿qué haría Cristo en mi lugar?”.

Cuántas lecciones se pueden sacar del mundial, de la necesidad de saber descansar y, sobre todo del redescubrimiento de lo que puede darnos un sentido profundo y completo de esta vida y de la eterna. La pelota de fútbol es sólo un señuelo de algo más grande que anhelamos desde lo profundo del corazón.

Esther Gómez
Directora nacional de Formación e Identidad