El desafío de vivir
Tensar el arco de la vida no es cómodo, exige esfuerzo. Pero “cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor sino que crece”.
Cuando surgen dificultades en el logro de ideales o de objetivos sin perder, a pesar de todo, el aliciente del ideal, esa búsqueda o ese camino se transforma en un desafío. Y, ciertamente, nos encontramos con muchos de ellos a lo largo de nuestra vida, unos más difíciles de superar que otros. Pero no siempre somos conscientes de que la vida misma es el primer desafío. Quizás porque nos cuesta entenderla como tarea y responsabilidad para alcanzar la vida que realmente responda a lo que estamos llamados a ser. Y por la misma razón no cualquier manera de vivir la vida que hemos recibido es digna del valor de la vida y de la tarea encomendada.
Tomás de Aquino explica nuestra vida como proyectada a un fin. Al estilo de una flecha que, tensada en el arco, al ser lanzada busca su centro en un blanco, el que le señala el arquero, también nosotros tendemos a nuestro centro. E igual que la flecha, necesitamos ser tensados y desplazarnos hacia ese centro, al que, por un lado, no podemos dejar de tender, pero al que, por otro, hemos de querer voluntariamente tender. Parece contradictorio, pero es nuestra realidad. Por nuestro ser tendemos necesariamente a nuestro fin, que es la felicidad: la máxima plenitud del ser. Simultáneamente, en cambio, debemos elegir y optar por los medios para alcanzarlo, pues sin “tensar el arco” de nuestras fuerzas y dirigirlo al centro y no a la periferia, no se logrará. E igual que nadie puede no querer tender a la felicidad como a su fin –excepto si está enfermo-, de manera parecida, asumimos la vida como la condición para tal logro. Por eso debemos velar para que se den esas condiciones y proteger la vida, especialmente en sus momentos más débiles e indefensos.
Pero ¿qué vida elegimos vivir? ¿No aparecen aquí los obstáculos y dificultades que transforman la vida en un desafío, el de vivir en plenitud? El primero surge de superar lo que impide tensar mi arco y ejercitar al máximo y correctamente cada una de mis potencialidades. En efecto, igual que necesitamos ejercitar nuestro cuerpo y alimentarlo convenientemente para estar sanos, es evidente también que hay que alimentar y ejercitar nuestra dimensión psíquica y espiritual, pues que “el modo más perfecto de vivir está en aquellos que tienen entendimiento” (Suma Teológica, Ia, q. 18, a. 3). Tensar no es cómodo, exige esfuerzo. El mismo que se exige para ejercitar poco a poco la voluntad hasta llegar a ser libres y dueños de nuestros actos sin dejarnos llevar sin más por lo que sintamos, sea o no correcto, sólo porque lo sentimos con fuerza. Porque los afectos son ciegos y no captan si la dirección a la que nos empujan es correcta, necesitan ser orientados por la razón y la voluntad, es decir, por la verdad que discierne y por la voluntad que quiere el verdadero bien, el del centro. ¿Y no es la práctica de virtudes la que tensa el arco? Paciencia, prudencia, fortaleza, ecuanimidad, justicia, veracidad, honradez, templanza, entre otras…
Otro tipo de obstáculos surge de confundir los medios con el fin. Así sucede, por ejemplo, cuando se buscan por sí mismos los medios materiales, o el placer por el placer, o nos servimos de personas para lograr fines particulares. De ahí que el santo de Aquino recuerda que “los bienes temporales […] se apetecen mientras no se poseen, pero una vez alcanzados engendran odio y repulsa. No sucede así con los espirituales” (Exposición de los Mandamientos del amor). Por eso es fundamental ser consecuentes y saber decir Sí a las opciones buenas y No a las malas.
Si lo miramos con más detalle ese arco de la vida necesita, para cumplir bien su cometido y superar los desafíos, estar bien pulido y engrasado. Alguien lo tiene que preparar. También nosotros necesitamos de otros que nos ayuden, sobre todo cuando el fin al que tendemos supera nuestras fuerzas. Si tal fin, como afirma santo Tomás, es la unión de amor con Aquel que nos ama por encima de todo y lo ha demostrado no sólo al darnos el ser y la vida, cuando no tenía necesidad de nosotros, sino entregando su propia vida para que no perdiéramos la nuestra, entonces no hay otra manera de lograr ese fin que Su ayuda, la de la gracia divina.
Un desafío, pues, el de nuestra vida, que hay que asumir con responsabilidad y tensando las propias fuerzas. Y a la vez confiando en la mano firme que nos ayuda, sea directamente con su gracia o a través de la ayuda de otros, embarcados en el mismo desafío. Como dice el adagio: “la unión hace la fuerza”. También se cumple a la hora de afrontar el desafío de vivir según nuestra vocación más profunda: la del amor incondicional. Pues “cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor sino que crece” (Idem).
Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad