El continuo de la vida: espontaneidad y libertad

Libertad verdadera no es sinónimo de espontaneidad

Algunos refranes nos describen como seres de costumbres, o como “los únicos que tropiezan dos veces con la misma piedra”. Por otro lado, en el día a día experimentamos que ciertas acciones u obras brotan de nuestro interior con mayor facilidad y rapidez que otras, siendo que, de esas obras, unas nos perfeccionan mientras que otras no tanto, o directamente nos empeoran (moralmente hablando). Puede ser, como ejemplo, que algunas veces se nos escape una mentira (denominada a veces mentira blanca, pretendiendo que es inocua), cosa que, si no corregimos, puede llegar a convertirse en una facilidad para mentir con asiduidad que brote así de manera espontánea. O la pretendida libertad de un alguien que contesta sin respeto o de mala manera a quienes le contradicen, apelando a que “yo soy así”.

Al respecto, me parece muy luminosa esta reflexión de Santo Tomas de Aquino sobre la importancia de orientar y ordenar nuestra “espontaneidad”, o disposición interior, sobre todo cuando brota no de hábitos buenos, sino desordenados.

“Cuando la mente se ha inclinado a una cosa, no se encuentra indiferente respecto a ambos contrarios, sino que está más cerca de aquel hacia el cual se ha inclinado; y la mente elige aquello a lo que está más propensa, si una investigación racional no la desvía de ello con cierta cautela; por lo cual en las cosas espontáneas se manifiesta principalmente nuestra disposición interior. Y no es posible que la mente humana esté en continua vigilancia para discutir con la razón lo que debe querer u obrar. Se sigue, pues, que la mente elige a veces aquello a que está inclinada, permaneciendo la inclinación” (Suma contra gentiles, libro III, capítulo 160).

Esta descripción tan realista del obrar humano es una llamada de atención a la necesidad que tenemos de educar nuestras tendencias e inclinaciones hacia el bien de tal manera que nos habituemos a obrar bien y así, la tendencia e inclinación que seguiremos en nuestro obrar, pueda ser la correcta. La espontaneidad no es buena por sí misma, pues va a seguir a la inclinación interior que sienta cada uno (que puede ser buena pero también puede no serlo). Mientras que, si nos habituamos al bien, ese mismo hábito bueno inclinará la espontaneidad al mismo fin.

Lo interesante del texto es que pone de manifiesto que la libertad no es sinónimo de espontaneidad, como a veces se cree. No. La libertad verdadera, aquella que se pone al servicio de la plenitud y la verdadera felicidad, es la que opta y decide por el bien. Por eso, en la medida en que adquirimos hábitos buenos o virtudes, vamos perfeccionando nuestra libertad y también orientando hacia el bien el motor que inspira los actos espontáneos. Insultar o pegar a alguien que me cae mal, puede ser fruto de la espontaneidad, pero no es lo más adecuado, por el respeto que se debe a cada persona en función de su dignidad. Y cuando un niño pequeño lo hace, porque se deja llevar del placer que le produce, que, en ese caso, es dar rienda suelta a su disgusto, se le corrige. Pero si eso mismo lo hace una persona madura, se pone de manifiesto su falta de autodominio o de templanza, aunque nadie se atreva a corregirla. Se podrían poner muchos más ejemplos de esto.

De ahí que la práctica de la evaluación personal de la propia vida (diaria, semanal, mensual, etc) es un buen medio para percatarnos de lo que debemos ordenar o corregir en nuestro actuar, según la dinámica descrita por Santo Tomás con realismo. Y, como paso siguiente, proponerse los remedios más adecuados para corregirlo, y volver a revisarlo en un tiempo más. Usando un lenguaje de moda, vendría a ser algo así como una especie de aseguramiento de la calidad interior, en que después de proyectar, se evalúa y se retroalimenta para la mejora continua (aquí moral).

En efecto, para mejorar hay que evaluar y proponerse acciones concretas, pero no sólo en el mundo laboral, sino también en la “tarea” que todos tenemos de hacer fructificar nuestros talentos y cualidades personales para conseguir una libertad madura al servicio del bien personal, común y la felicidad.

 

Esther Gómez
Directora Nacional de Formación e Identidad
Universidad Santo Tomás