Aprender del pasado, para no repetir “nunca más”

“Conviene que de las cosas pasadas saquemos como argumentos para hechos futuros”

 

Sigue estando en la retina lo sucedido en Chile hace 50 años, y las reflexiones de Tomás de Aquino pueden ser un aporte relevante: desde su relevancia de la memoria en la toma de decisiones. Veamos.

Nuestra vida se compone de vivencias, momentos más o menos significativos y de decisiones que la orientan. En buena parte nos jugamos la felicidad en esas decisiones, por eso ayuda tanto la virtud de la prudencia. De hecho, la vida activa vivida según las virtudes nos prepara o dispone a la bienaventuranza, pues, como afirma Tomás de Aquino, “el premio auténtico de la virtud es la misma bienaventuranza, por la que se esfuerzan los virtuosos” (Suma Teológica, I-IIa, q. 2, a. 2).

La prudencia consiste en una especie de sabiduría práctica aplicada a la vida: implica un conocimiento cabal de la realidad de las cosas, del fin último de nuestra vida y del valor de los medios disponibles para alcanzarlo, para discernir y tomar así la decisión mejor. Implica que tanto el fin como los medios sean buenos, y si no fuera así, habría una falsa prudencia.

Para lo anterior, lleva a cabo tres acciones: aconsejar, juzgar e imperar. El recto conocimiento nos permite juzgar en la práctica lo que es mejor para el recto fin. En función de ese juicio recto, la persona prudente es la más indicada para dar sabios consejos a quienes lo necesiten. Son consejos “ubicados”, atinados. Sin embargo, de poco serviría juzgar y aconsejar bien –tanto a los demás como a uno mismo- si no tuviéramos el imperio que es el poder de llevar a cabo lo que entendemos que es correcto. El hombre prudente sabe actuar, pero cuándo y cómo se debe.

Con vistas a un correcto discernimiento es fundamental contar con los datos necesarios y poseer ciertas actitudes personales. A ello se ordenan ciertas virtudes orientadas a conocer los medios y lo relacionado con ellos (el juicio), o concretarlo en la acción (el imperio). “En el conocimiento hay que considerar tres momentos”: su contenido, la forma de adquirirlo y el uso que de él se hace. Respecto al conocimiento en sí mismo, éste puede ser “cosas pasadas”, que “da lugar a la memoria”, o de “cosas presentes, sean contingentes, sean necesarias, se le llama inteligencia”. Recordar para aprender de lo pasado y conocer a cabalidad la situación presente, son necesarios para tomar prudentes decisiones, cosa que podemos conseguir nosotros o por otras personas, gracias a la sagacidad y a la docilidad que dispone “bien al sujeto para recibir la instrucción de otros” (q. 49, a. 3) que saben más.

Sobre la memoria, en concreto dice: que “para conocer la verdad entre muchos factores es necesario recurrir a la experiencia […] que, a su vez, se forma de muchos recuerdos” (q. 49, 1, in c). Y como esa experiencia de lo pasado nos permite aprender para el futuro, “Conviene que de las cosas pasadas saquemos como argumentos para hechos futuros (ad 3)”.

Recordar lo vivido hace 50 años, si lo consideramos abiertos a la verdad y con la actitud de aprender para no repetir lo malo y para rescatar lo bueno, es lo más prudente. No es fácil, sin embargo, en la medida en que hay sentimientos implicados, pero es lo más sensato. Nos jugamos nuestra felicidad y la de quienes nos rodean también hoy, pues no hay esperanza futura sin asumir la historia con sus aprendizajes, aunque sean dolorosos.

 

Dra. Esther Gómez de Pedro
Directora nacional de Formación e Identidad
Santo Tomás