Año nuevo, vida nueva

No cansarse nunca de estar empezando siempre” en nuestro caminar diario.

A pesar de haber vivido tantos acontecimientos en el 2010, el tiempo se nos ha pasado increíblemente rápido, “volando”. Tan rápido que ya entramos en el nuevo año, 2011. La mirada al pasado nos recuerda la fugacidad de la vida, quizás la sensación de cansancio o desesperanza o, por el contrario, de esperanza y ánimo. Al mirar al futuro quizás nos venga preocupación por lo que hay que resolver o ilusión ante los nuevos desafíos.

¿Qué pensar ante todo esto? ¿Qué diría de ello el maestro Tomás de Aquino? Él también vivió año a año su proyecto de vida, luchó por sus ideales, alcanzó sus metas, hizo el bien a su alrededor –tanto que llega hasta nuestros días- y, por fin, descansó en Dios. Pero ¿cuál sería su actitud frente al cotidiano devenir, ante las preocupaciones del día a día?

En su Comentario a las peticiones del Padre Nuestro, santo Tomás ofrece varias pistas que pueden ayudarnos en nuestra reflexión. La primera, que pone la base, viene dada por el sentido de la vida humana, que es alcanzar la vida eterna. Eso es “lo que Dios quiere acerca de nosotros”. Lo conseguiremos cumpliendo la voluntad de Dios en nuestra vida. Es decir, junto a la meta que nos fija Dios, para lo cual nos presta una serie de ayudas, cada uno debe cooperar en su logro y no perder los ideales. Así hay que entender la petición de “hágase tu voluntad”.

Efectivamente, “dos factores contribuyen necesariamente a la obtención de la vida eterna, la gracia de Dios y la voluntad del hombre; pues, aunque Dios hizo al hombre sin cooperación de éste, no lo salva sin ella, según dice Agustín… Por tanto, no confíes en ti mismo, sino en la gracia de Dios; pero, por otra parte, no rehúyas tu esfuerzo, antes bien empléalo. Por ello no dice “hagamos”, para que no pareciera que nada tiene que hacer la gracia de Dios; ni dice “haz”, pasando por alto nuestra voluntad y esfuerzo; sino “hágase”, por la gracia de Dios cooperando diligentemente nosotros”.

Es clave, entonces, asumir que nuestro esfuerzo es necesario para llegar a la meta final, lo cual permite vencer y superar el cansancio natural en la prosecución del logro, así como los atisbos de desesperación ante las dificultades que se nos presentan para conseguirlo. Esta pista nos mueve, entonces, a renovar los ideales y a redoblar los deseos y las fuerzas para avanzar en el camino de la vida poniendo “toda la carne en el asador”. En cierta manera a esto responde el dicho de “año nuevo, vida nueva”, es decir, nuevo entusiasmo en la consecución de las metas, que deberían ordenarse a esa meta final, que es la visión de Dios cara a cara.

Pero en ese esfuerzo nos previene Santo Tomás de algunos vicios a evitar. Uno es desear cosas desmedidas, que superan “nuestro estado y condición”, como el que soñara con ser famoso o con un cargo millonario despreciando lo que y los que le rodean. Otro vicio consiste en un afán por las cosas de esta vida tan grande que lleve a caer en una preocupación excesiva por ellas, en una ambición desordenada, fuente de frustraciones y fracasos, o en poner toda la confianza en uno mismo y en su trabajo, desconfiando del dador de todo bien, de Dios. Y es lógica cierta preocupación ante el futuro, pero nunca debería hacernos perder la paz si nos sabemos cuidados por un Padre celestial. Por eso dice que “algunos se inquietan en el momento presente por lo que será a largo plazo de sus asuntos temporales; los que actúan así, jamás hallan sosiego. Cristo nos enseña a pedir que hoy se nos dé nuestro pan, es decir, lo que es necesario para el momento actual”. Y si elevamos a diario esa súplica, cada día tendremos las fuerzas y los recursos para seguir adelante.

Por eso, al examinar el año que pasó y proyectarnos en el nuevo, una actitud de volver a empezar, de ordenar o reordenar lo que hacemos y lo que tenemos para acercarnos a nuestro verdadero fin, poniendo el ánimo y el esfuerzo para ello y confiando en la gracia de Dios que ha prometido su ayuda a sus criaturas más amadas, especialmente a través de Cristo, su Hijo y nuestro Salvador. ¿No lo viviría así Santo Tomás?

 

María Esther Gómez de Pedro
Coordinación Nacional de Formación Personal