La vuelta a clases con Santo Tomás de Aquino

750 años después: “como el confín entre ambas naturalezas corporal y espiritual”

 

Llegó marzo, y también el regreso a clases. Para algunos será el inicio o la continuación de una nueva etapa, pero para todos es un nuevo desafío. Para todos quienes somos tomasinos o tomasinas este mes tiene un sentido especial, el 7 de marzo de 2024 se cumplen 750 años de que Tomás de Aquino dejara este mundo en 1274.

Su legado merece este espacio e iniciar el nuevo curso bajo su conmemoración implica dejarse tocar por sus enseñanzas y lecciones como maestro de vida y de pensamiento. Los invito a recordar algunas:

Su vida nos enseña a buscar rectamente y con pasión la verdad profunda que dé sentido a nuestra vida y a nuestra actividad. Por esa verdad no dudó en renunciar a los títulos y riqueza de su familia y puso sus capacidades a su servicio. Supo comprometer su libertad con esa verdad, con el estudio o clases, la redacción de sus grandes obras y la predicación, pero también con la entrega total a Aquel que respondió todas sus preguntas y satisfizo su anhelo de felicidad plena. Sí, Tomás descubrió en Dios al Amigo que es la Verdad y que, al dar Su vida por cada persona, nos invita a seguirle dando la nuestra.

Cuentan sus biógrafos que, hacia el final de su vida, recibió una gracia mística muy especial en la que vio a Dios y que sació todas sus inquietudes. Después no volvió a escribir, alegando que todo lo que había escrito era nada al lado de lo que vio. Unos meses después, entregó su alma y se unió totalmente con Aquel a quien había amado toda su vida. Una gran vida es signo de un gran amor. Por eso, solía enseñar, sólo el amor da valor a lo que hacemos, sea lo que sea: amor a Dios – caridad y a los demás -concretado en la fraternidad, solidaridad, respeto e inclusión.

De su enseñanza brilla como una joya su reflexión acerca de la grandeza y dignidad de cada persona humana, imagen y semejanza de Dios. Capaz, por ello, de conocer la verdad, de discernir y de elegir el bien, de amar todo lo bueno y lo bello, crecer en sus capacidades contribuyendo al bien personal y al común –sin olvidar que la creación que nos rodea es un regalo de Dios que debemos cuidar.

Tal aspiración a la excelencia, que exige esfuerzo y a veces sacrificio, también requiere ayuda: humana y divina. Somos seres con una dimensión espiritual racional que nos hace un “confín entre dos mundos”, el material y el espiritual, lo que nos lleva a implicarnos en los afanes de esta vida para hacerla lo más parecida a Reino de Dios, pero pudiendo participar de alguna manera en la vida eterna. Dice en una de sus obras: “el hombre [ser humano] está de tal manera compuesto de cuerpo y espíritu, siendo como el confín entre ambas naturalezas corporal y espiritual” (Suma Contra Gentes, IV, 55). Qué grandeza y, a la vez, qué sano realismo.

Nuestros valores encuentran su inspiración en su vida y obra. Tomás de Aquino fue estudiante, maestro – profesor, investigador, predicador, promotor de grandes obras por el bien de la humanidad, y también hoy en el inicio de curso, 750 años después, nos invita a buscar lo que nos engrandece: la vocación de ser personas excelentes, en lo humano -aspirando al bien y la verdad-, y en lo divino -a la santidad.

 

Dra. Esther Gómez de Pedro

Directora nacional de Formación e Identidad, Santo Tomás