Principios Tomistas

El pensamiento de Santo Tomás de Aquino orienta las labores pedagógicas y académicas de nuestra institución a través de los Principios Tomistas.

¿Cuáles son los principios tomistas en  Santo Tomás?

  • Realismo: respeto al ser y al valor de la realidad objetiva, tanto en el conocimiento teórico como en la acción.
  • Universalidad: apertura a todo lo bueno, venga de donde venga, para discernir y rescatar todo lo valioso, e integrarlo en una visión amplia y profunda.
  • Amor a la verdad: búsqueda desinteresada del saber, motivada por el asombro ante la realidad, a la que se busca adecuar el entendimiento. Por esta razón se promueve el desarrollo intelectual.
  • Fe y Razón: armonía entre las fuentes racionales y religiosas de conocimiento; respetando los métodos propios de cada disciplina y las opciones de fe personales.
  • Virtudes Morales: formación humana integral, que promueva una disposición habitual y constante al bien. Se fomentarán, entre otras: fortaleza, responsabilidad, buen trato, prudencia.
  • Bien Común: integración armónica de los miembros de la comunidad, en pos de la vida buena y feliz de todos y cada uno de ellos; poniendo al servicio de los demás las cualidades personales y profesionales.
  • Eminente dignidad de la persona humana: valor especialísimo de la persona en función de su naturaleza espiritual –de la que dimana su libertad- y consecuentemente de su fin específico.

Estos principios se aplican a nuestro quehacer diario en la medida en que colaboramos en la formación integral de los jóvenes y en la verdadera educación, que consiste en «formar al hombre hasta su estado perfecto en cuanto hombre, que es el estado de la virtud» (Sto. Tomás de Aquino, Suma Teológica, parte III, cuestión 61, artículo 1).

¿Por qué Santo Tomás?

Nuestras instituciones educativas llevan por nombre Santo Tomás, pero tras el nombre hay una persona: un santo dominico de la familia de los Aquino, del que nos separan siglos y kilómetros.

Entonces, ¿por qué usamos el nombre de un personaje que vivió en la Europa de la Edad Media? ¿No parece lejano a nuestra cultura y al momento histórico actual? ¿En qué nos inspira?

En realidad, Tomás de Aquino no ha sido importante sólo para un país y una época determinados, sino que es más universal, pues su tesoro intelectual ha iluminado la cultura occidental de los últimos siete siglos y ha sido guía espiritual de la Iglesia Católica durante todo este tiempo. El Papa León XIII lo llamó “Patrono de todas las Escuelas y Universidades católicas del mundo”. Pablo VI lo apodó “Lumbrera de la Iglesia y del mundo”. Juan Pablo II lo consideró “Doctor de la humanidad”, por su apertura a recibir los valores humanos de todas las culturas. Benedicto XVI señalaba que incluso hoy, con más de 700 años de distancia, podemos hoy aprender de santo Tomás porque sigue siendo “maestro de vida también ahora”. Mientras que el Papa Francisco, por su parte, lo ha propuesto a los jóvenes como modelo al poner “la inteligencia y voluntad al servicio del Evangelio”.

Nuestro monje era un hombre corpulento y reflexivo, de una familia noble de doble ascendencia -normanda e italiana- establecida en Nápoles durante la Edad Media. Su vocación como fraile dominico estuvo marcada por el estudio y meditación de la verdad, la enseñanza y la predicación, después de la incomprensión inicial de su familia, que le acarreó, más de un disgusto con su familia, que esperaba de él grandes cargos y honores como señor feudal. A pesar de su gran tamaño y de sus atractivos rasgos, poseía una personalidad tranquila y dada a la reflexión que le hacía pasar desapercibido entre sus compañeros. Su gran capacidad intelectual, en cambio, hizo que despuntara como lo que luego llegó a ser, una lumbrera del pensamiento teológico y filosófico. Por su gran sabiduría y cercanía humana, fue consejero de papas y reyes, discutió con profesores de las mejores universidades europeas y orientó a sus jóvenes hermanos de comunidad. Santo Tomás, que solo vivió 49 años, fue autor de más de 60 obras de inigualable profundidad, entre las que sobresalen sus comentarios bíblicos y su interpretación de las obras de Aristóteles.

Destaca en Tomás de Aquino la extraordinaria obra intelectual que llevó a cabo, en la que se unen armoniosamente el paganismo clásico de griegos y romanos con el cristianismo antiguo de los padres de la Iglesia, por lo que se le conoce por su síntesis armoniosa entre fe y razón. A pesar de su gran obra intelectual, precisa y objetiva, comparada con una catedral gótica, no debemos olvidar que Tomás fue un hombre de carne y hueso, con una vida concreta, familia, estudios superiores y profesión; una vida en que le tocó enfrentar numerosas contradicciones y oposiciones, superadas sólo por su gran amor y compromiso con la verdad.

Nuestra época es de convulsiones, búsquedas más o menos acertadas, luchas, pasos acertados y desacertados, cambios, etc. Esto reafirma que mientras el hombre sea hombre, está en “estado de camino”. Somos seres dinámicos llamados a crecer en todas las dimensiones de nuestro ser personal, para lo cual debemos poner en juego ese gran don que implica un riesgo: la libertad. Libertad con la que podemos alcanzar las más maravillosas cimas de perfección –natural y, con la ayuda de la gracia, también sobrenatural- pero también los más bajos pozos de vergüenza y decrepitud. Lo que somos y lo que estamos llamados a ser como personas humanas, con los obstáculos y ayudas para lograrlo, son objeto de la preciosa reflexión de Santo Tomás. Nunca el hombre renunciará a su deseo de felicidad ni de plenitud. Tampoco al esfuerzo propio de ese camino. Por eso sigue teniendo valor y actualidad la doctrina del Aquinate o doctor Angélico, como se le conoce en ámbitos filosóficos.

De manera especial es muy valioso todo lo que hace referencia a la “verdad del hombre”, en concreto, su acertada visión del ser humano, su constitución corpóreo espiritual, su destino sobrenatural pero firmemente arraigado en bases naturales correctamente ordenadas y orientadas, la importante búsqueda de unidad y armonía interna entre todas las fuerzas vitales que confirman la necesidad de que la recta razón oriente la vida hacia los verdaderos fines, conocidos y discernidos gracias a la capacidad intelectual, y libremente escogidos por la voluntad, además de la centralidad de habituar correctamente nuestras potencias a su verdadero fin a través de los hábitos perfectivos o virtudes, que no sólo contrarrestan cierta debilidad inherente a nuestra naturaleza caída sino que, a la vez, la perfeccionan para acercarse a su fin de manera fácil, pronta y alegre.

La riqueza antropológica de la doctrina tomista -y la metafísica que subyace a la misma- es un gran tesoro para toda la humanidad, no sólo para los filósofos o los historiadores amantes de la Edad Media. Pero lo es de manera aún más especial para quienes estamos vinculados a este gran hombre en esta institución que se acoge a su patrocinio.

Tomás de Aquino simboliza, con su propia vida, nuestros valores institucionales más profundos: el irrenunciable valor de la persona humana, el amor a la verdad -venda de quien venga- y su plasmación en una vida honrada e íntegra, el valor del estudio disciplinado, el trabajo bien hecho, la excelencia como perfeccionamiento de nuestras capacidades a través de la superación, la fraternidad entre todos y la vocación de servicio plasmada de manera especial en el respeto e inclusión.

Invitación a conocerlo para amarlo e inspirarnos en sus enseñanzas y su vida, pues sólo se ama lo que se conoce, y mientras más se conoce más se ama.