Ser Indulgentes

En el trato con los demás, en nuestra familia, en el lugar de trabajo, en distintas actividades de la vida social es probable que se produzcan roces entre nosotros e incluso en alguna ocasión, es posible que alguien nos ofenda, que nos cause algún perjuicio más o menos importante. Este tipo de acciones enfrían el amor entre nosotros y debilitan nuestros vínculos con los demás y pueden llegar a romperlos.  La indulgencia será necesaria entonces para recomponer nuestras relaciones.

Se define la indulgencia como la facilidad para perdonar las injurias recibidas. No obstante, ser indulgentes no significa no reconocer el daño recibido o no hacer entender al ofensor que algo ha hecho mal, sino renunciar a la venganza y al rencor.

En la convivencia de cada día la mayor parte de los desencuentros se deben a cosas pequeñas fácilmente superables, y no será necesario hacer un gran discurso para otorgar el perdón y a veces ni siquiera será necesario decir “te perdono”, bastará un gesto amable, devolver la conversación, sonreír, en definitiva, no ser susceptibles y saber disculpar.

En otros casos la ofensa puede ser más importante y perdonar requiere de un esfuerzo mayor. Es importante reconocer el daño recibido como tal y situarlo en su objetiva magnitud. Esfuerzo que no es sencillo. Por un lado, a veces la persona ofendida tiende a no reconocer el daño. Sin embargo, la herida permanece en el interior de la persona y una herida no sanada puede reducir enormemente nuestra libertad y también podemos herir a otros. Por otro lado, los afectos vinculados a la ofensa pueden distorsionar la realidad del hecho.

Si bien es importante reconocer la injuria recibida, también es importante no estar permanentemente dándole vueltas ya que corremos el riesgo de que esta situación nos llene de amargura y no nos permita desarrollar nuestra vida adecuadamente.  El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma. Es una persona atrapada, al dar cabida a su rencor con recuerdos continuos del mismo acontecimiento. Así corre el riesgo de arruinar su vida.

Superar las ofensas, es un esfuerzo que vale la pena realizar, el odio y la venganza envenenan la vida.

Al perdonar nos hacemos más libres, nos liberamos del círculo odio-violencia. Cuando perdonamos no solo hacemos un bien a la persona perdonada, sino que nos hacemos un bien a nosotros, pues recobramos la libertad que el rencor y el resentimiento nos pueden hacer perder.

Entre las actitudes que nos ayudarán a ser personas indulgentes destacaría la humildad que nos permite ponernos frente al otro y a su fragilidad. Una persona indulgente es comprensiva, no olvida que ella también ha caído y ha sido perdonada. Y si no ha caído en algo tan grave como en lo que ha sido ofendida, no deja de reconocer con San Agustín su propia fragilidad “no hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien” (San Agustín, Confesiones, 2,7)

También nosotros necesitamos pedir perdón. Todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta y necesitamos el perdón del otro para levantarnos de la caída y continuar con renovado entusiasmo nuestro camino.

La generosidad, dar gratuitamente, es otra actitud que nos ayudará a vivir la indulgencia. Perdonar no significa anular la justicia sino ir más allá. El perdón no es algo merecido, es un don gratuito del amor.

Por último, quisiera destacar el amor. Perdonamos con más facilidad a las personas a las que amamos. El amor nos hace capaces de separar la agresión de la persona que la ha causado y al dar el perdón le damos al otro la oportunidad de volver a la propia identidad, de hacerle saber que es más grande que su caída.

No obstante, es bueno dejar a una persona todo el tiempo que necesite para llegar al perdón. Santo Tomás de Aquino, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se compliquen con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo.

Cuando una ofensa causa un sufrimiento importante, no debemos sorprendernos frente a la dificultad de perdonar tanto propia, como ajena.

“¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón.” (P. Francisco MV 9)

María Montserrat Martín

Instituto Berit de la Familia

Para reflexionar

1.- ¿Suelo hacer una breve reflexión del día al final del mismo?

2.- Cuando tomo conciencia de que he podido herir a alguien ¿pido perdón o generalmente me justifico? ¿Qué dificultades tengo para pedir perdón?

3.- ¿Perdono con facilidad? ¿Qué dificultades tengo para perdonar? ¿Cómo puedo superarlas?