La unidad en la familia II
En la cápsula anterior destacábamos la importancia, necesidad y los beneficios de vivir en una familia unida.
Se puede decir que no hay nada más natural que el hecho de que los miembros de una familia vivan unidos. Natural porque el ser humano es un ser social por naturaleza, se da en él la necesidad de cuidado, protección y amor para que pueda desarrollarse plenamente, y a la vez tiene la posibilidad de entregar eso mismo a los demás. Existe en el ser humano una doble tendencia, a la donación y a la recepción del don. Estamos llamados a vivir en comunión con los demás, una comunión que facilita el logro de la felicidad que tanto buscamos, y en la familia se dan de manera natural fuertes vínculos afectivos que facilitan este vivir en comunión.
Establecer y mantener la unidad en la familia por otro lado, es una tarea ardua. Si bien en la familia se dan condiciones de manera natural que facilitan la unidad, se requiere también un esfuerzo personal de todos y cada uno de los miembros para establecerla, mantenerla y acrecentarla. El hecho de vivir juntos no necesariamente implica vivir unidos. La unidad puede ser difícil de lograr porque también en el ser humano se da una tendencia a buscar “lo suyo” y se olvida del otro. Actitud propiciada por una cultura individualista presente en algunas sociedades.
La fuerza fundamental que hace posible la unidad en la familia es el amor. Este convierte la mera convivencia en vida familiar. Ahora bien, este amor, aunque implica la presencia de la esfera afectiva de los sentimientos es mucho más que un sentimiento. Estos son pasajeros, y están relacionados con factores físicos, biológicos y emocionales que son cambiantes. El verdadero amor es estable, permanente y en ocasiones requiere la propia abnegación. Este amor supone “querer el bien de la persona amada”, se trata de un amor de benevolencia, un amor que se gesta no solo en la esfera afectiva, sino que requiere el adecuado ejercicio de nuestras capacidades más propiamente humanas, la razón y la voluntad.
Para amar a otra persona conforme la dignidad de esta es necesario el conocimiento del otro como este es y no como la imagen que pueda tener uno mismo del otro, o la aplicación del propio modo de ver la vida al ser del otro. Esto a su vez implica capacidad de escuchar, una escucha que no se limite solamente a oír lo que el otro me da a conocer de si mismo, sino que presta atención, que da tiempo para que el otro pueda expresarse y que le da espacio en su vida. El tiempo y la acogida son dos bienes muy preciados hoy día y a veces no es tan fácil compartirlos con el otro.
Junto a la escucha se debe cultivar la capacidad de comprender al otro, tratar de ponerse en su lugar y reflexionar juntos en un diálogo constructivo que nos permita identificar cuál es el verdadero bien del otro. Una vez identificado este bien, el amor de benevolencia implica aplicar nuestra voluntad en la consecución de este, en la medida de nuestras posibilidades. En algunas ocasiones supondrá advertir a la persona, según nuestra responsabilidad y vínculo con ella, de las acciones que no son conformes a su bien para que pueda enmendarse, y en otras ocasiones será exhortarla y apoyarla en el camino que le conduce a lograr su bien.
El amor, que es fundamento de la unidad en la familia. abarca la totalidad de la persona: tiende a hacer a los esposos un solo corazón y una sola alma, es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Es fruto de la caridad y está llamado a ser fecundo y crecer continuamente.
María Montserrat Martín
Instituto Berit de la Familia