La Navidad

La Navidad es una de las fiestas más entrañables del año. Su celebración tiene para nosotros una resonancia particular, nos hace sentir algo especial que invade todo nuestro ser, impregna nuestro espíritu e inclusive nuestro humor. Sin embargo, en el ajetreo de los preparativos para esta fiesta y por las distintas influencias que ha experimentado su celebración, corremos el riesgo de que pase desapercibido su verdadero sentido.

En Navidad no celebramos una fecha, sino un hecho, el nacimiento del Salvador, evento decisivo en la historia de la salvación. Conmemoramos el significado de ese hecho.

En Navidad celebramos que el Hijo de Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo, para enseñarnos el camino para la vida eterna. Celebramos que Aquel que no cabe en el universo quiso nacer de una virgen en este pequeño planeta del inmenso universo para reconciliar al hombre con su Creador. Este hecho, que manifiesta el infinito Amor de Dios por todos y cada uno de nosotros, nos colma de alegría y es el motivo de nuestra celebración.

Los preparativos, las luces, los dulces, los adornos, los regalos… si bien, nos pueden distraer del verdadero sentido de la Navidad cuando los vivimos como fines en sí mismos, también pueden ser signos que evoquen para nosotros este verdadero sentido de la Navidad.

La preparación y disposición de nuestros hogares para la celebración de la fiesta de Navidad, nos remite a una preparación más profunda, la de nuestros corazones, para la venida del Señor. Nos invita a adornar nuestras vidas con las buenas obras y a remover de ellas, todo aquello que es obstáculo para que cada día venga el Señor con mayor plenitud.

Las luces con que adornamos el árbol de Navidad, nuestras casas, plazas y jardines, nos remiten a Aquel que es la Luz del mundo, Luz que habita en las tinieblas para hacerlas desaparecer y que nuestras vidas sean transparencia de la luz de Dios.

“En particular, cuando veamos calles y plazas de nuestras ciudades adornadas con luces resplandecientes, recordemos que estas luces evocan otra luz, invisible para nuestros ojos, pero no para nuestro corazón. Al contemplarlas, al encender las velas de las iglesias o las luces del Nacimiento y del árbol de Navidad en nuestras casas, ¡que nuestro ánimo se abra a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres y mujeres de buena voluntad!”. (Benedicto XVI)

Los regalos que hacemos o recibimos son, en cierto sentido, manifestación del amor que entregamos o recibimos de los demás y de los vínculos que queremos establecer o consolidar con ellos.  Todos podemos regalar algo. Un regalo no implica necesariamente algo muy costoso, tampoco algo material, podemos regalar comprensión, acogida, tiempo… No es necesario disponer de recursos materiales para regalar, basta estar dispuesto a salir de sí mismo para hacer espacio al otro. En el fondo cuando regalamos, le estamos diciendo a la otra persona “no me eres indiferente, he dejado de pensar en mí mismo para pensar en ti”

Por otro lado, los regalos nos recuerdan el gran Regalo de la Navidad, el mayor Don que hemos recibido todos y cada uno de nosotros, el gran Don que Dios ha entregado a la humanidad, su propio Hijo, nacido en Belén, para nuestra salvación.

Que nuestra celebración de la Navidad esté orientada por el verdadero sentido de esta fiesta, impregnada por el “clima de sencillez, y de pobreza, de humildad y de confianza en Dios, que envuelve los acontecimientos del nacimiento del Niño Jesús”.

 

María Montserrat Martín

Instituto Berit de la Familia, UST

 

Para reflexionar

 

1.- ¿Cómo me he preparado y nos hemos preparado como familia para la celebración de la Navidad?

2.- ¿Qué dificultades he encontrado para profundizar en el sentido de la Navidad?

3.- ¿Cómo puedo celebrar la Navidad de una manera más profunda?