La Mansedumbre

Cualquiera puede enojarse. No es tan difícil y a veces vivimos situaciones en las que resulta casi espontáneo. Sin embargo, enojarse adecuadamente en cuanto a la causa, intensidad y oportunidad del enojo no es tan sencillo.

Todos somos susceptibles de ser heridos por los demás y a la vez tenemos capacidad para hacer daño a otros aun sin darnos cuenta.  Cuando nos sentimos ofendidos se despierta en nosotros un sentimiento en el que concurren la tristeza, el deseo y la esperanza de venganza en la búsqueda de una reparación ante el mal recibido. “En efecto, el movimiento de la ira no surge sino a causa de alguna tristeza inferida y supuestos el deseo y la esperanza de vengarse, porque, como dice el Filósofo en II Rhetoric., el airado tiene esperanza de castigar, pues desea la venganza en cuanto le es posible” (Sto. Tomás de Aquino, Suma de Teología, I-II, q 46.)

Este sentimiento de ira puede descontrolarse en mayor o menor medida dependiendo del temperamento de cada uno y ser causa de mayores males que el mal que intenta reparar o la justicia que pretende restablecer.

Ante la injuria sufrida ya sea propia o de aquellos a quienes amamos reclamamos una reparación y en este reclamo reaccionamos no pocas veces más que con justicia con venganza dejando así una puerta abierta para que el otro tratando de buscar justicia frente a lo exagerado de la nuestra acción también reaccione con deseo de venganza y así se va acrecentando el círculo de la división y cólera entre nosotros.

La virtud que modera el impulso de la ira es la mansedumbre. La mansedumbre modera la ira, según dice el Filósofo en IV Ethic. Forma parte de la virtud de la templanza y su objeto propio es el deseo de venganza. (Sto. Tomás de Aquino, Suma de Teología II-II, q 157)

La mansedumbre modera la ira en conformidad con la recta razón. Nos permite reflexionar antes de actuar; pensar si la ofensa es realmente tal o más bien nos sentimos ofendidos por causa de nuestra sensibilidad exacerbada. Nos ayuda a   determinar si la intensidad de nuestra reacción es proporcionada a la injuria recibida y si es el momento oportuno para manifestar nuestro enojo y así colaborar a la reparación del mal causado.

La mansedumbre puede confundirse con la necedad o la debilidad. Sin embargo, la mansedumbre no es falta de reconocimiento del daño causado, ni falta de firmeza de carácter para denunciar el mal y tratar de restablecer la justicia por las vías adecuadas. Tampoco es impasibilidad o que todo nos dé igual.

La mansedumbre es la virtud de los fuertes, de aquellos que saben dominarse a sí mismos por razón de un bien mayor, que saben afrontar las contrariedades sin dejarse arrastrar por las pasiones desordenadas y los impulsos violentos. Es una virtud muy importante que lima las asperezas cotidianas y contribuye a la convivencia familiar en paz y armonía. La mansedumbre requiere fuerza de carácter, la fuerza del dominio propio, la capacidad de reflexión y consideración de las circunstancias, el tacto para corregir cuando sea oportuno sin herir y la preocupación por los demás.

Las dificultades, los disgustos que a veces experimentamos son oportunidades para adquirir y crecer en esta virtud. No es difícil mostrarse apacible cuando no tenemos a nadie que nos disguste o no experimentamos contrariedad. Cuantas personas conocemos, incluso nosotros mismos, que se manifiestan mansas y humildes mientras no se les lleve la contraria, pero ¡ay de aquel que ose contrariarlas en alguna cosa!, no tardará en conocer el fuego que se escondía bajo las cenizas.

La mansedumbre se va adquiriendo en los pequeños detalles de nuestra vida cotidiana, cuando nos esforzamos por no montar en cólera cuando alguien dejó por olvido fuera de su lugar alguna cosa que necesitábamos o rompió sin querer un objeto que le habíamos prestado y al que teníamos mucha estima. Cuando no pudimos llegar a tiempo a una reunión importante porque había mucho tráfico, cuando alguien nos contestó mal porque estaba alterado y nervioso por exceso de trabajo…

Cuantas veces nos disgustamos y distanciamos de los otros por hechos u omisiones que, si reflexionamos con serenidad, no son tan trascendentes y que con un poco de deportividad y buen humor podemos dejar pasar sin darles mayor importancia.

La mansedumbre será un camino para que podamos encontrar la paz del corazón e irradiarla a un mundo que tan necesitado está de ella.

 

Para reflexionar:

1.- ¿Qué situaciones o acciones de los demás me causan enojo?

2.-¿Cómo reacciono ante aquello que me causa contrariedad y cuáles han sido las consecuencias de mis reacciones?

3.- ¿En qué acciones concretas puedo contribuir a la paz y armonía en mi hogar?