La Generosidad

Hay momentos y circunstancias difíciles más o menos prolongados, que atravesamos como familia o como sociedad, que nos hacen tomar una mayor conciencia de la necesaria colaboración de todos y cada uno para poder superarlas adecuadamente. Estas situaciones nos recuerdan la necesidad que tenemos de ser solidarios.

Solidaridad procede de la voz latina “solidus”, que designaba una moneda de oro sólida, consolidada, no variable. El término solidaridad alude a una realidad firme, sólida, potente, valiosa, lograda mediante el ensamblaje de seres diversos.

Los seres humanos no somos individuos aislados, nuestro desarrollo como personas requiere el encuentro con otros, somos seres de encuentro.

Todos tenemos que vivir la solidaridad en nuestra vida cotidiana y no solo en los momentos de dificultad. Al respecto dice Santo Tomás de Aquino, “Puesto que un hombre es parte de la ciudad, es imposible que sea bueno si no está bien ordenado respecto del bien común: un todo no puede estar bien constituido si sus partes no le están ordenadas. Por lo cual es imposible que el bien común de la ciudad sea bien logrado si los ciudadanos no son virtuosos” (Suma Teológica, I-II, q.92, a.1), en nuestro caso diríamos solidarios.

La solidaridad incluye actos de generosidad que nos conducen a dar y a compartir con los demás los bienes de los que disponemos. No se trata solamente de dar, ser generoso implica dar con abundancia dentro de lo posible y con alegría, sin abrumar ni humillar a quien recibe el don. La persona generosa entrega más de lo que está obligado a dar.

La generosidad, que es una expresión del amor al otro, se puede ejercer en múltiples áreas. Podemos ser generosos compartiendo los bienes más externos a nuestra persona, los bienes materiales, según la necesidad del otro. También podemos ser generosos con el tiempo escuchando con atención, dando el tiempo suficiente, sin impaciencia, para que la otra persona pueda expresarse, dar tiempo para acompañar al que está solo, triste o enfermo; para ayudar al otro en sus trabajos y necesidades. Podemos ser generosos compartiendo nuestros conocimientos, cualidades, experiencias, afectos, en definitiva, poniendo al servicio de los demás, todo aquello de que disponemos.

En el ejercicio de nuestra profesión, la generosidad implica tener amplitud de miras, ejercerla no solo como un medio para ganarse la vida, para mejorar nuestra situación económica o de preparar un futuro mejor para nuestra familia, sino también como un medio de colaborar en la consecución del bien común.

La generosidad no solo se despliega en las grandes acciones o en aspectos importantes de nuestra vida, también se puede expresar en el cuidado de los pequeños detalles que hacen más hermosa y grata la vida de cada día. Dejar lo mejor para los demás, realizar la parte más ardua de un trabajo para que el otro pueda descansar, hacer las tareas con dedicación sin dejarlas a medias o solamente cumpliendo lo estrictamente necesario para que no se vean mal, ceder la palabra a otro para que pueda manifestar sus ideas, apreciar y alegrarse con las buenas acciones de los demás, abstenerse sin queja, de realizar actos que nos gustaría hacer pero que ponen en riesgo a otros, son acciones que quizá pasan más desapercibidas pero que de igual modo manifiestan esa preocupación y solicitud por el otro

Ser generoso requiere un esfuerzo por salir y desprenderse de uno mismo, por romper la barrera en que nos encierra nuestro egoísmo, pero engendra una gran alegría. Las personas más alegres de la historia son las personas que más generosamente se han dado a sí mismas. ¡Cuántas de nuestras tristezas provienen de nuestra falta de generosidad! El papa Francisco nos recuerda que “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii Gaudium, nº 2)

Los principales obstáculos que nos impiden vivir con generosidad son el egoísmo y la pusilanimidad. El egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y no nos permite percibir las necesidades de los demás e incluso nos induce a servirnos de los otros para nuestros propios intereses. Empobrece nuestra existencia al no dejar espacio en nuestra vida, a la vida de los demás.

La pusilanimidad que es la falta de ánimo y valor para emprender acciones o afrontar dificultades; estrecha, por temor, el horizonte de nuestra entrega. No permite que recorramos con libertad el camino del servicio desinteresado a los demás.

Ser generosos nos permitirá disfrutar de una vida más feliz, nos dice el papa Francisco “quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien” (Evangelii Gaudium, nº 9).

Para reflexionar

1.- ¿En qué aspectos de mi vida puedo ser más generoso?

2.- ¿Cómo sería nuestra vida familiar si fuera más generoso?

3.- ¿En qué aspectos concretos se manifiestan en mi vida de familia los obstáculos para vivir la generosidad?

 

María Montserrat Martín