La familia, cuna y custodia de la vida del ser humano
Hace unos meses, acompañé a una persona a sus sesiones de radioterapia en un centro oncológico. Todas las mañanas coincidíamos en la sala de espera con un niño de unos 7 años, a quien llamaremos Jorgito, que estaba acompañado por su mamá. Jorgito siempre nos saludaba educado y alegre a pesar de la difícil enfermedad que estaba padeciendo, a juzgar por las secuelas que en su apariencia física estaba dejando su tratamiento. Un poco más tarde llegaba un señor de unos 75 años, a quien llamaremos don Jacinto, siempre acompañado por alguna de sus hijas.
La sala de espera de un centro oncológico no es un lugar donde se converse mucho. Se da cierto silencio respetuoso con la difícil situación que está viviendo el otro y que invita a la reflexión, así como a solidarizar de alguna manera con quienes sufren, ya sea por la enfermedad propia o la del ser querido a quien acompañan.
Sin embargo, el sufrimiento no tenía la última palabra en esa sala de espera. Ver a la mamá de Jorgito, todos los días, sin faltar ninguno, acompañando a su hijo, jugando con él, haciéndole reír…; ver al señor Jacinto acompañado por sus hijas, conversando con ellas con naturalidad o simplemente acompañándole en silencio, pero presentes, da muestra de cómo en la vida cotidiana, más allá de las leyes que se quieran promulgar o de las noticias que nos transmiten los medios de comunicación, la familia sigue siendo ese baluarte en el que nos podemos apoyar en los momentos difíciles. El solícito y continuo cuidado de la mamá de Jorgito, de las hijas de don Jacinto, sin muestras de impaciencia, sin quejas, realizado como si fuera lo más natural del mundo, da cuenta de cómo la familia cuida del ser humano, especialmente de los más vulnerables. El ser humano es capaz de dejar de lado sus intereses particulares para responder a la necesidad del otro, dando cuenta así de su vocación al amor y a la comunión y no al individualismo que tanto desfigura nuestro desarrollo como personas y como sociedad.
La familia es cuna y custodia de la vida. El ser humano nace y crece como persona, como hijo, como hermano. Todos somos hijos de alguien, es un hecho que no elegimos, nos viene dado.
El cuidado de la vida del ser humano también está a cargo principalmente de la familia. Es en la familia donde cada uno es querido por lo que es y no por lo que tiene o puede dar y es allí donde precisamente la vida más frágil, debe ser cuidada con mayor solicitud.
La influencia del individualismo imperante en nuestra sociedad influye en la valoración de la vida humana. “Podemos constatar que el tema de la vida humana, cuando se debate en ámbitos sociales, se hace casi siempre con criterios utilitarios, de cálculo de bienes. La vida humana, en
una sociedad de consumo, queda valorada por el modo en que contribuye a un aumento del bienestar general y no como un bien a desarrollar en vista de la propia vocación personal
El nacimiento de un hijo se plantea como un problema social, como una carga económica que acarrea una serie de dificultades en el futuro, especialmente educativas. Ya no se ve socialmente al hijo como una esperanza para el rejuvenecimiento social y como un don precioso para la familia.
Igualmente, existe una desvalorización del anciano y el enfermo, cuya atención no es económicamente rentable: cuestan mucho dinero y tiempo. Son una carga importante en la vida familiar, por eso, cada vez son más los que ya no están en el hogar familiar, aunque algunas veces esto se debe a la necesidad de cuidados especiales”. CEE, La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad.
Frente a los poderes legislativos y del Estado, que promueven leyes que atentan contra la vida, principalmente de los más frágiles, que no respetan a cada ser humano en su valor particular e inalienable, frente a una sociedad que tiende a percibir al ser humano como una amenaza y no como una esperanza, la familia tiene la oportunidad de mostrar la belleza y el gozo, no exento de sacrificio, que supone el cuidado del otro. Las personas somos capaces de salir al encuentro del otro, de aprender a querernos en nuestras diferencias y fragilidades y de vivir en comunión, respondiendo así a nuestra más genuina vocación, la vocación al amor.
¡Cuántas “mamás de Jorgito”, cuántas “hijas de don Jacinto”! viven a nuestro lado dando firme testimonio con el ejemplo de sus vidas de que “la familia es el lugar natural del origen y del ocaso de la vida. Si es valorada y reconocida como tal, no será la falsa compasión, que mata, la que tenga la última palabra, sino el amor verdadero, que vela por la vida, aun a costa del propio sacrificio”, Juan Pablo II, Evangelium vitae.
María Montserrat Martín
Instituto Berit de la Familia, UST