Sí a la educación sexual II

La Educación de los Hijos

 

(Francisco, Amoris Laetitia, nn. 285-286)

 

El respeto y la valoración de la diferencia.

La educación sexual debería incluirlos. Ello muestra a cada uno la posibilidad de superar el encierro en los propios límites para abrirse a la aceptación del otro:

·         Más allá de las comprensibles dificultades que cada uno pueda vivir, hay que ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado, porque una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación.

·         También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente.

·         De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente.

Sólo perdiéndole el miedo a la diferencia, uno puede terminar de liberarse de la inmanencia del propio ser y del embeleso por sí mismo.

 

La rigidez se convierte en una sobreactuación de lo masculino o femenino.

Tampoco se puede ignorar que en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos que tienen que ver con:

·         el temperamento, la historia familiar, la cultura, las experiencias vividas,

·         la formación recibida, las influencias de amigos, familiares y personas admiradas,

·         otras circunstancias concretas que exigen un esfuerzo de adaptación.

Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido:

·         Por eso es posible, por ejemplo que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa.

·         Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una vergüenza.

·         Hay que ayudar a los niños a aceptar con normalidad estos sanos ‘intercambios’, que no quitan dignidad alguna a la figura paterna.

La rigidez:

·         no educa a los niños y jóvenes para la reciprocidad encarnada en las condiciones reales del matrimonio;

·         puede impedir el desarrollo de las capacidades de cada uno, hasta el punto de llevar a considerar como poco masculino dedicarse al arte o a la danza y poco femenino desarrollar alguna tarea de conducción;

·         puede mutilar el auténtico desarrollo de la identidad concreta de los hijos o de sus potencialidades.”

Para profundizar: