La Educación de los Hijos

La educación de los hijos: los preámbulos.

El delicado y crucial tema del derecho de los padres de educar a los hijos, es objeto de intensa discusión en nuestra sociedad en la actualidad.

En las siguientes cápsulas vamos a tratar el tema de la educación moral de los hijos, siguiendo la exhortación apostólica del papa Francisco Amoris Laetitia, en el capítulo séptimo.

En un principio la exhortación destaca que los padres siempre influyen en el desarrollo moral de sus hijos para bien o para mal. Esta tarea de la formación ética de los hijos por parte de los padres es fundamental y compleja, además de inevitable, por ello es importante para los padres tomar conciencia de esta función, aceptarla y desarrollarla del modo más adecuado.

Entre las condiciones necesarias para desarrollar esta tarea, en la exhortación se destacan dos: saber dónde están los hijos y generar un vínculo de confianza con los hijos.

Saber dónde están los hijos: los padres necesitan plantearse a qué están dispuestos a exponer a sus hijos y preguntarse a qué están expuestos sus hijos realmente. Es importante que conozcan quiénes se ocupan de la diversión de sus hijos, de sus tiempos de ocio, quienes entran en su vida a través de las pantallas. Este conocimiento requiere tiempo real para conversar con sencillez y cariño con los hijos y a la vez exige creatividad para realizar propuestas sanas para que los niños ocupen su tiempo y con ello evitar la nociva invasión de terceros.

Este saber dónde están los hijos implica una vigilancia atenta, situada en el punto medio entre el abandono y el control obsesivo.

La madurez personal no se da espontáneamente como si estuviera inscrita en el código genético. La prudencia, sensatez y buen juicio dependen de varios elementos que se van asimilando en el interior de la persona, en el centro de su libertad. Es tarea de los padres, orientar, guiar a los hijos, prevenirlos frente a los posibles riesgos; promover en ellos un adecuado y responsable uso de la libertad.

Saber dónde está el hijo no es saber en todo momento dónde está físicamente invadiendo su espacio. No se trata de controlar todos los movimientos del hijo sino de generar en él procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de cultivo de la auténtica autonomía, de crecimiento integral. Para ello es preciso conocer dónde está el hijo existencialmente, conocer cuáles son sus convicciones, objetivos, deseos y proyecto de vida.

La confianza es el segundo elemento para tener en cuenta en el desempeño adecuado de esta tarea tan importante del desarrollo moral de los hijos.

“El desarrollo afectivo y ético de una persona requiere de una experiencia fundamental: creer que los propios padres son dignos de confianza.”

Esta confianza se genera a través del testimonio y del afecto. La coherencia de vida en el bien de los padres es fundamental para ser creíbles ante los hijos. Esto no implica que los padres sean impecables en su conducta, que no cometan errores, pero sí es importante que los hijos puedan ser testigos del reconocimiento de estos errores y el esfuerzo de los padres por enmendarlos y superarlos.

En cuanto al afecto, si los hijos se sienten abandonados afectivamente por sus padres, esta percepción generará en ellos profundas heridas que dificultarán su madurez personal. Es importante que el hijo se sienta valioso antes sus padres, aunque sea imperfecto, que perciba una sincera preocupación por él que, unas veces se manifestará a través de una muestra de cariño o recompensa por una buena acción y en otras, este sincero interés por el hijo reclamará de los padres una corrección ante una mala acción que ayude al hijo a reconocer su fragilidad, las consecuencias de sus acciones y deje abierto el camino para la enmienda y superación.

 

Para reflexionar:

1.- ¿Cómo padres, sabemos dónde están nuestros hijos?

2.- ¿Queremos saber dónde están nuestros hijos?

3.- ¿Cómo generamos un ambiente de confianza y respeto con nuestros hijos?

 

María Montserrat Martín Martín

Instituto Berit de la Familia, UST