La Benevolencia

Todo ser humano experimenta una profunda necesidad de amar y ser amado, así lo expresaba Juan Pablo II en su Encíclica Redemptor Hominis “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”. No somos individuos cerrados, somos criaturas abiertas a recibir todos los bienes que nos regalan una vida más plena, abiertos a la bondad de los demás y de la vida y a la vez seres con capacidad de entregarnos a los demás. Nos dañamos irreparablemente si permanecemos recelosos y cerrados a los demás.

En esta dinámica del amor, que corresponde a nuestra naturaleza y dignidad de personas, la benevolencia ocupa un lugar importante.

“La benevolencia, en sentido propio, es un acto de la voluntad que consiste en querer un bien para otro”. ST II II q27 art.2. La benevolencia corresponde a un acto, de carácter interno, de la virtud de la caridad. Un paso fundamental en el camino del amor.

Todas las personas tenemos cualidades y también defectos. Ser benevolente implica poner la mirada en los aspectos positivos de los demás.  Saber apreciar las cosas buenas que existen en los otros e incluso llegar a descubrir señales de bondad en aquellos que parecieran carecer de ella. La benevolencia ayuda a encontrar lo hermoso que se esconde o que brilla en cada vida humana. Nos mueve a apoyar a los demás, a acompañar, a destacar sus cualidades. Una actitud benevolente ayuda a levantar los ánimos a quienes se dejan llevar por la tristeza al comprobar su fragilidad o la falta de estima de los otros; ayuda a descubrir cualidades, en definitiva, ayuda al otro a tomar conciencia de su gran potencialidad para hacer el bien.

La persona benevolente también reconoce que el otro tiene defectos, pero lejos de quedarse en ellos con una actitud de crítica negativa, sabe acoger, comprender y corregir cuando es necesario por el bien de la persona.  En principio, no da por ciertos los rumores sobre los defectos de los demás que pudieran llegar a sus oídos, hasta que no estén demostrados y aun cuando estén verificados, mantiene la adecuada discreción. Prefiere comprender que precipitarse en el juicio. Sigue el consejo de San Bernardo. «Aunque viereis algo malo, no juzguéis al instante a vuestro prójimo, sino más bien excusadle en vuestro interior. Excusad la intención si no podéis excusad la acción. Pensad que lo habrá hecho por ignorancia, o por sorpresa, o por desgracia. Si la cosa es tan clara que no podéis disimularla, aun entonces creedlo así y decid para vuestro interior: la tentación habrá sido muy fuerte» (San Bernardo, Sermón 40 sobre el Cantar de los Cantares).

Le estimación negativa de los demás, procede de no pensar que es posible la rectitud de intención, el intento mantenido de portarse bien. Es importante aprender a ser comprensivos sobre todo cuando se tiene un encargo de autoridad o responsabilidad en la formación de otros.

Una sensibilidad no encauzada adecuadamente también dificulta la benevolencia, ya que generalmente tendemos a ser menos benevolentes con aquellas personas que “nos caen mal” o no nos resultan tan simpáticas. Es importante identificar estas situaciones y poner los medios para manejarlas como corresponde.

Cuando nos sintamos inducidos a centrar nuestra atención en los defectos del otro recordemos la frase de san Agustín: «Procurad adquirir las virtudes que creéis faltan a vuestros hermanos y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros» (Comentario al Salmo 30).

Se opone a la benevolencia la malquerencia que brota de la envidia y el amor propio excesivo. Estas disposiciones nos conducen a percibir al otro como una amenaza para el desarrollo de nuestra vida. No obstante, cabe preguntarse ¿en qué dificulta realmente el desarrollo de la propia vida, el hecho de que el otro esté bien, el hecho de que tenga éxito en las labores que emprende? Si somos capaces de alegrarnos por los éxitos y aportes del otro como si fueran nuestros, se dilata el horizonte de nuestras alegrías. Por otro lado, cada uno tenemos nuestros dones, sean estos 1, 3 ó 5, con los que trabajar y aportar en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra sociedad y así hacer brillar cada vez con mayor intensidad la luz, en medio de las tinieblas, que estamos llamados a ser cada uno de nosotros.

Para reflexionar

1.- ¿Me resulta difícil reconocer y agradecer las cualidades que tienen los demás? ¿Por qué?

2.- ¿Soy comprensivo con las personas a pesar de las deficiencias que puedo detectar en ellas?

3.- ¿Qué medios puedo emplear para crecer en benevolencia?

 

María Montserrat Martín