La Alegría

Cuánto facilita la convivencia cotidiana, en la familia, en el trabajo, con los amigos…la presencia de personas alegres. Proporciona la alegría un apoyo para sobrellevar las dificultades y contrariedades que se puedan dar en nuestro día, un estímulo que nos abre a la confianza y a la comprensión, un bálsamo que ayuda a cicatrizar las heridas, un impulso que alienta y anima a no cejar en la consecución del bien por muy arduo y complicado de lograr que sea.

Más que una virtud, la alegría es un sentimiento producido por el encuentro con aquello que se ama. Santo Tomás de Aquino explica en el tratado sobre las pasiones de la Suma de Teología que el término alegría (gozo) se usa solo para el placer que acompaña a la razón, para el placer espiritual.” A la aprehensión de la razón sigue una cierta delectación. Ahora bien, en la aprehensión de la razón no sólo se mueve el apetito sensitivo por su aplicación a una cosa particular, sino también el apetito intelectivo, llamado voluntad. Y, según esto, en el apetito intelectivo o voluntad se da la delectación que se llama gozo” (Sto. Tomás, Suma de Teología I-II, q 31, a-4)

Al preguntarse si la alegría es una virtud, responde señalando que no se encuentra entre las virtudes teologales, morales, ni intelectuales y, por tanto, “no es una virtud distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto de la misma”. (Suma de Teología, II-II, q. 28, a. 4). Más que virtud, es una consecuencia de vivir las demás virtudes: la alegría perfecciona el acto virtuoso, pues se presta más atención y más celo a aquellos actos que se realizan con alegría, según afirma en el Comentario a la Ética a Nicómaco, Libro 1, Lección 13.

La alegría no es el resultado de una vida fácil y sin dificultades, o algo sujeto a los cambios de circunstancias o estado de ánimo. Es más bien expresión de una riqueza interior no improvisada.

Cuántas veces buscamos la alegría en fuentes que terminan siendo cisternas agrietadas incapaces de saciar nuestra sed y dejamos de lado las verdaderas fuentes de nuestro gozo.

El ser humano, criatura inteligente, hecha a imagen de Dios, es capaz de conocer. Toda persona apetece conocer más y mejor porque al conocer se pone en juego la inteligencia que es una facultad específicamente humana.

El conocer que proporciona alegría no es el que trata de poseer despóticamente la cosa conocida, como un medio de poder sobre otros, o el de acumular información y datos que “engorden” el egoísmo y la vanidad, sino el que nos permite descubrir y admirar más allá de las apariencias, la verdad, bondad y belleza que las cosas tienen en sí. Un conocimiento que nos llena de asombro y gratitud ante lo que nos es dado y en el que nuestra alma puede descansar y gozarse.

Un conocimiento que también nos permite ordenar nuestra vida, situar cada experiencia, acontecimiento en el lugar que le corresponde y conceder importancia a aquello que verdaderamente la tiene. Saber ver el aspecto divertido de la vida y su dimensión alegre, sin tomarse todo de forma trágica -dijo una vez Benedicto XVI en una entrevista en 2006 antes de su viaje a Alemania-, es algo muy importante, diría que necesario, para mi ministerio. Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman demasiado en serio. Y nosotros quizá podríamos volar un poco más si no nos diéramos tanta importancia

Otra de las fuentes de nuestra alegría la encontramos en el amor. Toda persona está impulsada a amar y necesita ser amada. En el amor coinciden a la vez el sentimiento más noble que puede tener el ser humano y el ejercicio de otra facultad propiamente humana que es la voluntad. En esta operación de amar y dejarse amar también encontraremos nuestra alegría y descanso.

En su discurso a las familias en Dublín el papa Francisco exhortaba a las familias a ser un faro que irradie la alegría del amor. “¿Qué significa esto? Significa que, después de haber encontrado el amor de Dios que salva, intentemos, con palabras o sin ellas, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la rutina cotidiana y en los momentos más sencillos del día”.

Como seres sociales que somos, la convivencia cordial y acogedora es también fuente de alegría. Cultivaremos la alegría si somos capaces de salir de nosotros mismos al encuentro del Otro y de los demás.

«El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien». Francisco, Evangelii gaudium, n. 2

La alegría nace de la paz del alma, de la paz interior, del deber cumplido y de vivir en el encuentro y servicio a los demás.

“Nuestros mejores recuerdos siempre serán las alegrías que hemos proporcionado a otros” (P. Tomás Morales).

 

Para reflexionar

1.- ¿En qué aspectos de la vida de familia caemos en la queja y el lamento y cómo sería posible superar estas quejas?

2.- ¿En qué aspectos puedo cultivar más la alegría en mi vida?

3.- ¿Cómo puedo procurar alegría para las personas que viven conmigo?